viernes, 6 de octubre de 2023
Nudo
El protagonista de este cuento nota bastante que el autor hace tiempo que no escribe un cuento. Elejalde deambula por las calles del centro de Bilbao y llega ante el Museo Guggenheim y nota algo extraño. El muñeco de Jeff Koons se ha movido. Elejalde se pregunta si no será una idea del autor para complicarle la vida. Inmediatamente se obliga a dar marcha atrás y perderse de nuevo por los callejones de una ciudad que no tiene tantos callejones. Elejalde ha salido pronto del trabajo y quería verse con alguien al que previamente había citado cerca del Museo. Ese alguien eres tú, González, que llevas tiempo esquivando la posibilidad de verte con Elejalde y que tampoco has aparecido esta vez, porque sabes que Elejalde tiene algo que echarte en cara. Elejalde es una persona impulsiva, arrebatadora, ha entrado en uno de los bares de Casco Viejo y se ha pedido una copita de anís. Pero eso es imposible, piensa Elejalde, que jamás ha probado el anís. El anís no es una bebida que ni siquiera haya contemplado jamás como una posibilidad. En ninguna de las novelas que ha protagonizado se ha tomado un anís. El autor está claramente intentando algo. Se deja el anís. Ahora pide un crianza. Ahí sí. Se ha tocado la boina porque le ha dado como calor. ¿Qué boina? Elejalde se va al lavabo, se encierra y se mira al espejo. Establece un diálogo consigo mismo y llega a la conclusión de que es mejor dejar pasar el tiempo hasta que todo se aclare y el autor tome alguna decisión coherente. Fuera, González ha resuelto el caso. El asesinato no tenía demasiada complicación, ha sido el hijo quien ha matado al padre. González envía un mensaje al móvil de Elejalde para comunicarle que ya no es necesario el encuentro. Todo ha sido esclarecido. ¿Esclarecido? Elejalde tira el móvil al lavabo. Sale corriendo a la calle y se encuentra rematando un córner, pero no llega al remate porque el balón se queda corto. Elejalde cae al suelo y piensa que vendrán tiempos mejores.
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