miércoles, 7 de febrero de 2024

Perelemann

Cada mes, Larry Perelemann abandonaba su domicilio en Puerto Rico para volar hacia Nueva York y encontrarse, en un pequeño piso de Brooklyn con una persona con la que mantenía una relación desde hacía muchos años. Esta relación era una relación económica, Perelemann llegaba con una serie de objetos de cierto valor, fruto de sus contactos con personas de diversa procedencia pero de intereses comunes que habitaban en muchos lugares del mundo y que tenían en común cosas que no vienen al caso. El caso, es que cada mes, Perelemann se encontraba con alguien, que durante muchos años fue la misma persona hasta que un día, Perelemann, al abrir la puerta se encontró con otra persona. No era la misma persona. Si durante muchos años Perelemann se encontró con un señor bastante mayor, que decía llamarse Cohnson, aunque era evidente que era un nombre falso, aquel día Perelemann se encontró con alguien bastante más joven que él que le tendió la mano y le dijo llamarse Cohnson también. ¿Eres el hijo de Cohnson? No, soy Cohnson. Perelemann no preguntó nada más. Entregó lo que tuvo que entregar, recibió a cambio lo que era suyo y se fue. Un mes después, subiendo las escaleras que le conducían al piso donde se encontraba su interlocutor, Perelemann se preguntaba si volvería a ver al viejo Cohnson o bien sería el joven Cohnson quien estuviera allí. En este caso era un tipo con una calvicie soberbia, chaparrete, nervioso, que le estrechó la mano y dijo ser Cohnson. Perelemann entendió que Cohnson debía ser el apellido/salvoconducto que le permitía hacer aquellos intercambios con seguridad. No recordaba ya el año en el que comenzó a dedicarse a aquello, siempre calculaba la edad de su hija Estela como el tiempo en el que dejó aquella tienda de electrodomésticos para viajar a Puerto Rico y establecerse allí. Siempre había sido un Cohnson su interlocutor cuando le propusieron aquel negocio. Así, transcurrieron dos meses hasta que en una nueva visita, por primera vez una mujer se le presentó y le tendió la mano diciendo que era Cohnson. Perelemann no hizo preguntas. Un mes después, la misma mujer. Cohnson. Perelemann hizo su trato. Era Pascua cuando Perelemann viajó de nuevo a Nueva York, la nieve lo tenía todo colapsado, le costó avanzar hasta aquel piso, subió las escaleras, y de repente al abrir la puerta, volvió a aparecer el Cohnson, el original señor Cohnson. Perelemann no pudo por menos que preguntar dónde se había metido todo ese tiempo, pensó que estaba muerto. ¿Muerto? ¿Por qué? Respondió. Lo que pasa es que tenía trabajo. 

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