lunes, 30 de septiembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Esa fijación que tiene últimamente la gente por caminar, por pasear por senderos, caminos, veredas, no pisar asfalto, sentir la tierra bajo los pies. Quedamos unos cuantos amigos y amigas para ir a visitar el lago y automáticamente una integrante del grupo, obsesionada con la cosa del caminar, propuso ir a darle la vuelta completa al mismo. Para que se notase que yo no estaba por la labor de tomarme aquello como un ejercicio de contacto con el medio sino como un simple paseo, no modifiqué en exceso mi vestuario original, tan solo me equipé con un calzado que digamos, sintonizaba con el propósito. Así que iniciamos la caminata y, cuando ya habíamos recorrido un buen trecho, decidimos que era el momento para hacer la foto de rigor que dejase testimonio de nuestro periplo. Seleccionamos un recodo que parecía ideal para tal efecto y nos adentramos por una veredita que daba a una suerte de mirador. Un poco antes de entrar en la instalación de madera que funcionaba de, me fijé que, en el suelo, alguien había pisoteado un cangrejito de río que yacía aplastado y del que solo se distinguían un par de tenacitas inertes. Ya en la instalación, comprobamos que no estábamos solos. Una pareja algo más joven que nosotros estaba conversando respecto a algún tema que no entendíamos. Había algo en esa conversación que me llamó la atención. El tono era jocoso, pero no era empalagoso, ella y él hablaban y se reían y conversaban como si estuvieran en la barra de un bar y hubieran quedado después de trabajar. Un encuentro informal. Como no accedían al código internacional por el cual si estas en un sitio y llega un grupo te tienes que ir para no molestar o porque te sientes incómodo, les pedimos que nos hicieran ellos la foto, así por lo menos podríamos tener el documento requerido sin ellos de fondo. Fue ella la que accedió muy animosamente a coger el móvil que le ofrecí. Mi móvil. Una vez que posamos para la foto, la chica procedió a lanzar el móvil, mi móvil, al lago, lejos. Al menos tuvo el detalle de no lanzárnoslo a nosotros. Pero el móvil cayó como a 40 metros de dónde nos encontrábamos. Y sin más, se giró, cogió a su chico de la mano y se fueron por el sendero. Y yo me sentí como el cangrejito.
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