miércoles, 16 de octubre de 2024

Pequeños cuentos centroeuropeos


Yo no sé si era muy moderno o no, pero me tuve que ir del pueblo y venirme a la ciudad. Tenía en el pueblo un puesto de aprendiz en la carpintería y con el paso del tiempo, posiblemente, hubiera sido oficial de plantilla y me habría ganado bien la vida y habría conocido a alguna chica y me hubiera casado, pero me sentía encorsetado en aquel lugar, asfixiado. Así que decidí irme. En la ciudad busqué trabajo como oficial de carpintero, que era lo que yo sabía hacer, aunque mi idea era dedicarme a otra cosa. Esa otra cosa no la tenía clara. El señor Hirek me dio un trabajo en su pequeña fábrica de muebles. Me alojé en un cuartucho desde donde veía el mercado. Y olía a mercado. Un día, después de trabajar, me cambié de ropa y fui al barrio bohemio, quería conocer a mis iguales y darme a conocer yo también. Entré en una taberna donde vi a gente joven y me pedí un licor no muy fuerte, no quería correr riesgos. Un grupo de cuatro chicos y dos chicas conversaban animadamente sobre literatura. Hablaban muy alto y era fácil seguirles la conversación. En un momento uno de ellos fue a la barra, donde yo estaba, a pedir más cerveza. Mientras esperaba le dije 'La literatura está muerta, y si no lo está, hay que matarla'. No me hizo ni caso. Volví otro día y estaban allí de nuevo. Seguían con una discusión sobre Mann. El de las cervezas me miraba de vez en cuando. Entendí que podría ser una invitación a dar mi opinión. Mann me parecía viejo y caduco. Iba a decirlo cuando una de las dos chicas, me miró al ver que avanzaba hacia la mesa y me pidió dos cervezas. Le dije que no era el camarero, que me llamaba Sheba y que también era artista. ¿Artista? nosotros no somos artistas, somos estudiantes de la escuela de artes y oficios y nos gusta leer de vez en cuando, pero no somos artistas. ¿Artes y oficios? Yo soy carpintero, le dije. Y se giró, sin más. 

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