lunes, 11 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Vivíamos todos en aquel piso. Nos habían dicho que era el cúmulo de la modernidad y que estábamos rompiendo esquemas. Construyendo un mundo nuevo, a partir de unas relaciones horizontales, de tejer una comunidad, fraterna, pero Schröder no quiso participar. Desde el primer día, comenzó poniendo pegas. Decía que compartía los objetivos, que estaba de acuerdo en que algo había que hacer respecto al tema, pero que no veía claro que aquello fuera a salir bien y que, aún saliendo bien, no entendía cómo eso de vivir todos juntos en el mismo edificio iba a cambiar de alguna manera el sistema. Schröder vivía solo en un pequeño apartamento, minúsculo, no tenía cocina propia ni tampoco cuarto de baño. Se aseaba en una especie de lavabo comunal que tenían en un edificio extrañísimo del barrio antiguo. Y la cocina también se llevaba a través de un sistema por el que desde la taberna de los bajos se les suministraba un menú diario que se les sumaba al alquiler que pagaban. Schröder nos decía que él ya estaba viviendo en un régimen semi comunal y que no entendía en qué estaba cambiando su vida con aquello. Nosotros le decíamos que lo que contaba era la vida en común, que se establecían una serie de relaciones que desmontaban convenciones familiares y de clase. Y él solo veía que iba a seguir cagando no cuando quisiera, sino cuando pudiera.
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