miércoles, 12 de noviembre de 2025
Ozzy. No Escape from Now - Tania Alexander
Hacer de tu vida un espectáculo hasta el final. Ozzy tuvo que pasarlo muy mal, fatal, espantosamente mal. En algún momento decidió que todo le daba igual con tal de estar vivo. Y en algún momento decidió que la exposición a la que los artistas, los rockeros, los rockeros que son expuestos ante el gran público como ejemplo de escarmiento, los rockeros que van a morir, que tendrían que estar muertos, que esa feria, ese circo, merecía la pena. Y que merecía la pena lucrarse de él. Y así hasta el final. Este documental (me entero ahora de que hay otro documental que cuenta lo mismo y que, cómo tiene que ser, la familia lo ha vetado) nos cuenta los últimos años de la estrella, de uno de los pioneros del heavy metal, de una persona y de un personaje. Nos cuenta el proceso por el cual alguien decide o le deciden o vete a saber, que hay que contarlo todo y que hay que morir, prácticamente, sobre el escenario, ante los fans, ante los discípulos, ante las cámaras. Y que hay que retratar el dolor, el deterioro, la puta mierda en la que te conviertes, que hay que hacerlo, que se lo debes a tu público, que lo necesitamos, que debemos estar ahí viendo cómo no puedes ni caminar, pero que eres capaz de, aún muriéndote, poner la cara de Ozzy y hacer los cuernos si hay una cámara cerca. El personaje no puede morir y Ozzy no puede dejar de ser Ozzy. Este documental viene a ser como una continuación de aquel The Osbournes, aquel reality en el que Ozzy y familia, qué familia, se tiraban los trastos a la cabeza y descubríamos que Ozzy, el demonio del metal, era padre y que sus hijos eran unos desastres y que su esposa era quien realmente llevaba las cosas, todas las cosas, en ese manicomio. Este documental no deja de ser un poco una coda, un final, a ese The Osbournes. Con unos hijos e hijas muy dignos, con una Sharon que todo lo domina y lo puede, y con un Ozzy que no puede despedirse de su personaje de cualquier manera. Una caída, unas intervenciones quirúrgicas chapuceras, rehabilitaciones, la edad, las facturas, la máquina que no puede parar incluso cuando para, homenajes que se hacen y que tienen un punto entre grotesco y emocionante, la reverencia hacia alguien que significa tanto para millones de personas y que al mismo tiempo, es capaz de arrastrar su imagen quitándole cualquier tipo de aura mitológica para exponerse como es, como un tarambana al que solo subirse a un escenario, cantar, la música, el show, es capaz de convertir en otra cosa. En este documental vemos cómo se muere Ozzy, cómo emplea sus últimos coletazos en brindarse un homenaje y un reconocimiento fetén en su ciudad natal. Y como no vemos el contenido de ese concierto final y sabemos que lo veremos tarde o temprano en otro documental con el que hacer caja, no es uno capaz de zanjar el tema Ozzy. Hasta que no hayamos exprimido su limón, no podremos darnos por satisfechos. Y no podremos perdonarnos del todo por contemplar cómo podemos adorar a esa persona que no hay por dónde cogerla pero que nos cantó en Killing yourself to live, en el disco Sabbath Bloody Sabbath, todo lo que tenía que ser y lo que es. Ozzy se mataba para vivir.

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