En el novelón sin fin de Rogelius Gepeterssen, 'Dos por tres calles', hallamos un pequeño pasaje que ayuda a entender según que cosas que nos hemos estado preguntando y mira tú.
'...y como todos los sábados por la tarde, el joven Arnessen cogió su chaqueta, encajó su gorra en su greñosa cabeza y salió camino de la taberna. Su padre no había necesitado ir a la taberna ese día porque ya había conseguiro emborracharse en su propia casa a base de traguitos a una botella de aguardiente que guardaba detrás del pantalón, así que ya estaba medio dormido cuando su hijo salió de casa. Como todos los sábados, siempre igual, el padre borracho y la madre escondida en su habitación ante la posibilidad de algún que otro ataque de ira del viejo Arnessen. Así que el muchacho fue a la taberna. Como siempre, abrió la puerta y se plantó en el quicio como si buscase a alguien, dejando tiempo para que todos vieran que había venido nada menos que el joven hijo de los Arnessen a tomarse algo a aquel tugurio. El resto de parroquianos, alertados por el ruido de la puerta al abririse, esperando encontrar algo o alguien nuevo, enseguida perdieron el interés por el joven Arnessen y siguieron a sus cosas. Unos cuantos que se habían reunido en torno a una mesa, viendo jugar a las cartas al boticario, al tendero Fiastrasson, al dueño de la taberna, el señor Kristenssen y al médico, el doctor Kjaessen. El joven Arnessen pidió una copita de ron y se fue a la mesa, a sentarse con los demás. No sabía a qué jugaban aquellos cuatro prohombres locales, no entendía las reglas, pero le gustaba sentarse allí y formar parte de aquella camarilla de muchachos y hombres de mediana edad que con sus cigarros, sus copas, y sus comentarios sobre mujeres, los negros del puerto, asuntos de la vida política, y los lances del juego, significaban para el joven Arnessen más que la propia escuela que hacía pocos años había abandonado para trabajar en la imprenta de Pederssen.
Todo era como siempre. Como todos los sábados. En un momento, la puerta de la taberna se abrió y apareció en el portal un hombre alto, moreno, con los ojos muy grandes y negros, enfundado en un brilloso traje blanco. El joven Arnessen esperó a que los demás hiciesen algún comentario, pero los presentes no hicieron el menor gesto de sorpresa. El joven Arnessen creyó que había llegado la oportunidad de significarse en aquel grupo, que la presencia de aquel personaje 'raro' no debía dejarla pasar como motivo para distinguirse, para que le tuvieran en cuenta. ¿Porqué los demás no decían nada de aquel personaje?
Este, con andares amanerados, avanzó hacia la barra y pidió un licor de fresas, que hasta al mismo tabernero le costó recordar que tenía. El joven Arnessen escuchó lo del licor de fresas y era lo que le faltaba para franquearse la puerta del grupo, para ser aceptado como uno más de aquella pequeña sociedad de energúmenos de copa y puro.
- La señorita no puede beber algo más fuerte... -dijo el joven Arnessen, impostando la voz.
Y entonces, aquel hombre de traje blanco, cabello negro repeinado hacia atrás, tras beberse el rojo licor, se fue caminando hacia el joven Arnessen y le dijo al oído... 'Bienvenido'.
La cabra, el Diablo, bienvenido...?¿? Era el infierno el bar? Ah, no, eso no.
ResponderEliminarNada, que mejor se hubiera quedado en su casa ese día, sin que sirviera de precedente.
ResponderEliminarY mire qué cabra tan fotogénica ha encontrado usted para ilustrar, hombre.
Feliz comienzo de semana.
Bisous
Bienvenido, hace tiempo que te esperábamos pero hasta hoy no has encontrado el momento de entrar...
ResponderEliminarFeliç dia de Sant Jordi i bona compra! o no.
ptns :)
La foto es estupenda. El relato da un poco de guri...
ResponderEliminarPero en fin cada cual puede continuar la historia a su aire.
Un abrazo y feliz semana