No me había dado cuenta de que eso la pudo molestar. No caí en que ella también era parte del grupo. La señorita Wilkowski había llegado de Polonia hacía unos años y enseguida se había ganado la admiración del círculo por sus poemas algo abstractos, que dejaban un poso ciertamente amargo. Había llegado incluso a lograr un tercer puesto en los Juegos Florales convocados por el Ayuntamiento y era de las pocas personas a las que yo miraba con simpatía en aquel grupo. Me gustaba, ciertamente. Pero no se lo dije. Ni ella me dijo tampoco nada a mí hasta que fue demasiado tarde. Tampoco me lo dijo, realmente. En fin. Tras la aparición de Involución, y mientras todos me trataban con respeto y admiración, ella dejó de dirigirse a mí. Lo noté. Noté su distancia. Sus silencios. Sabía que se había sentido herida por el libro.
Yo no sabía hacia donde podría tirar, cuál podría ser el próximo libro. Empezaba a vivir algo más holgadamente y el dinero del primer libro me había servido para saldar deudas. El señor Tresmondi me instaba a que escribiera un nuevo libro ahora que el público estaba caliente. Así que decidí tirar por la calle de en medio y fabulé acerca de mi posible e imposible relación con la señorita Wilkowski. Como era algo que no había ocurrido, pero que en cierto modo sí que había ocurrido, porque la ruptura se produjo sin que hubiera mediado relación, y como mezclaba lo que había pasado de verdad con lo que me hubiera gustado que ocurriera así como también me atrevía a meterme en la cabeza de la señorita Wilkowski, -a la que cambié el nombre, claro, pasando a llamarse señorita Brazienska- y aventurar qué es lo que ella pensaba de lo que no pasó, de lo que pasó y demás.
Vamos. Cuando lo tuve todo terminado, no dejé de pensar que en realidad todo eso de contar lo que le pasa a uno con respecto a otro, no dejaba de ser un poco aburrido, porque a fin de cuentas, todo es lo mismo y siempre se acaba de la misma manera. De dos maneras. Bien o mal. Así que llamé al libro Aburrición. El libro se presentó esta vez en el Hotel Pintoret y según me dijeron, el mismísimo Duparten se encontraba entre el público, pero no se quedó a saludarme porque tenía compromisos.
Y ya se sabe que nunca se acierta cuando uno quiera, que si se está expuesto al favor del público este puede ser cambiante y mudable y que si no se cuenta con una maquinaria de promoción de la que yo todavía no disponía, algo podía fallar. El libro no funcionó en cuanto a ventas. Algunos críticos me pusieron por las nubes, considerando el trabajo mucho mejor que el de Involución y otros, como Saint Pepet en Le Griffeau Enchainé dijeron que 'al menos había sido decente a la hora de titular'. Incluso hubo una psicóloga británica, Mary Jennings, que dio una conferencia en el Café Battiston tan sólo para cargar contra mi libro y mi presunción.
Y lo peor de todo. Para sorpresa mía, los miembros del círculo me recibieron con abierta hostilidad. Un día llegué al café donde estaban reunidos y uno de ellos, Flaubert -nada que ver con el afamado novelista- me dijo que qué poca vergüenza había tenido. Que todo el mundo había visto en esas páginas que la señorita Wilkowski estaba reflejada, y que dejase de hacerle daño. Aluciné.
Durante un tiempo me aparté del mundanal ruido. Dejé de acudir al café e intenté preparar en solitario un libro sobre la historia de los bogomilos que no llegaría a publicarse, porque entonces conocí a Grigoriev.
Vaya folletín!! Que estás leyendo a los rusos ok?
ResponderEliminarNuestro próximo concierto es en las fiestas del poble-sec (menudo sitio no es que seamos la animación... Pero en fin) en el Seco, dia 21 noche
ya está. anotado.
Eliminara ver si no se me escapa.
No sé para qué le cambia el nombre. No creo que nadie la conociera por lo de Wilkowski, excepto Flaubert. Pero bueno, sería por si acaso, como lo de la máscara.
ResponderEliminarOiga, qué estilete el de Saint Pepet en Le Griffeau Enchainé. Seguro que no era maestro de esgrima?
Buenas noches, monsieur.
Bisous