Mi libro sobre los bogomilos no avanzaba. No sé de dónde me vino la idea. Creo que fue una sugerencia del Señor Tresmonti, que me habló de hacer un libro que se saliera momentáneamente de mi temática para que mis lectores respiraran un poco y así diversificar y ampliar el espectro de mi público. Los bogomilos me interesaban como me interesan todas las cosas. Saber por saber. Por poder contar algo cuando la gente apuntase el tema. Yo que sé. Para documentarme, contacté con un profesor búlgaro que impartía clases en la Universidad, Vitali Grigoriev. Al parecer, el Doctor Grigoriev había realizado algunos trabajos sobre la secta bogomila, que se había desarrollado en los Balcanes allá por la Alta Edad Media, y durante unos días estuve consultando con él diversos asuntos referentes al argumento de mi novela. Era un señor muy simpático y a la quinta visita, puedo decir que ya éramos amigos.
Era una persona apasionada por la historia y con una grandísima capacidad para fabular. Contaba las historias con gracia, con teatralidad, y haciendo honor a su nombre, con vitalidad. Seguimos viéndonos algunas veces más y un día le pregunté porqué no había escrito él alguna vez alguna novela. Y me contó su caso. Al parecer, en su juventud, el Doctor Grigoriev se había mezclado con diversos grupúsculos anarquizantes de su país. Redactaban pasquines, panfletos, diarios clandestinos, repartían su ideario clandestinamente en la Universidad de Sofia y alguno de ellos había dado con sus huesos en la cárcel. Para sorpresa y regocijo mío, el Doctor Grigoriev decidió que la historia de aquellos revolucionarios, algo alocados y chapuceros, que encontró en su célula debía ser contada. Así, se basó en personajes que conocía de primera mano, incluso en él mismo, para hacer un fresco sobre la situación de la juventud revolucionaria e ilustrada de su tiempo y país. Búlgaros que iban a cambiar el mundo.
Cuando ya tuvo el libro listo, lo entregó a un editor dispuesto a jugarse el tipo por la causa. El libro iba a llamarse 'La Revolución entre nosotros', y pasó lo que nadie quiere que pase. El libro se imprimió no en Sofia, si no en Kiev, ya que lo que las autoridades rusas prohibían en su suelo, lo fomentaban para los demás, y así sucedió que al entrar en imprenta, el encargado de titular e imprimir la tapa del libro, se equivocó y el volumen apareció con el título de 'La Relovución entre nosotros'.
Aquello ya no tenía marcha atrás, se decidió que a nadie le importaría un error de esas características, y que por la causa, todos los revolucionarios tendrían el buen espíritu de leer el libro con el mismo interés. Efectivamente, el libro se leyó. Muchísimo. La tapa sobre todo. Sin quererlo, se corrió la voz del libro imperfecto ya desde el comienzo. El libro que ya al principio anunciaba todos los dislates posibles. Paradójicamente, sin Grigoriev proponérselo, el libro se vendió muchísimo como un libro de humor, como una sátira de la revolución y los revolucionarios. Los burgueses imprimían copias industriales con el error tipográfico incluido, los popes daban el libro a leer a sus feligreses. El tiro por la culata.
Sus antiguos camaradas le expulsaron de la organización, por haber hecho burla y befa y haber colaborado con el enemigo. Dio igual cualquier explicación. Grigoriev tuvo que salir del país, avergonzado.
La vida es que no sabe uno por dónde le va a dar el estacazo, la verdad.
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