Esta narración sobre Antas Nekermann y cómo para muchos supone un ejemplo, un símbolo de la desgracia del ser europeo, entra en un periodo que podríamos llamar nebuloso. Comenzamos con Antas Nekermann entablando una bonita relación de diálogos en torno a unos platos de goulasch, con una muchacha que se acerca a él, interesada por su aspecto huraño. El típico momento en el que alguien que se cree que ha vivido mucho, se deja impresionar por quien parece que se ha quedado a su vez impresionada con él. Es cuando te crees que tienes algo que contar. Que tienes algo que decirle y enseñarle a alguien. Antas Nekermann cuenta su historia, su infortunio, las muertes, los accidentes, los amores fracasados. Es joven, todavía es demasiado joven, pero él cree que ya ha vivido muchas cosas. Qué cosas. La chica, no es especialmente guapa ni fea, quizás el aire de la Rusia gélida en el que vivirá décadas más tarde la embellecerá de alguna manera que a nosotros se nos escapa, pero entonces, mientras habla con Antas Nekermann, todavía no es una mujer llamativa. No debe serlo. La policía no quiere a mujeres llamativas como infiltrados. Porque las mujeres llamativas llaman la atención. Quiere discreción, que te confíes, no lo quieren poner fácil.
Los días y los meses pasan. Y Antas Nekermann cuenta su historia, su frustración, su malestar porque él quería ser una figura gloriosa de la revolución y no le dejan, y que vaya, y que mira, y con lo que él sabe, y con la de cosas que tiene que aportar. Y dice 'quizás lo que debería hacer es dejarme de teorizar y pasar a la acción, ganarme la respetabilidad, lo que debería hacer es hacer'. Eso es.
Ya lo tiene claro. Y mientras, su amiga, su confidente, es a su vez confidente de la policía. Nuestra traidora, la pérfida infiltrada, va a hablar con el responsable de los grupos infiltrados, que se llama Antas Klauser, y le chiva todo lo que va a hacer Antas Nekermann. Que si va a poner una bomba en el palacio imperial, que si va a conseguir una pistola y va a matar a un alto funcionario, que si va a subirse a un balcón y va a proclamar la independencia, la república y lo que haga falta. Y así va enumerando todas las tropelías que piensa cometer Nekermann. Antas Klauser dice que deje hacer. Que les conviene que haya alguien que haga el tonto para que ellos luego intervengan a troche y moche.
- Pero..
- Pero nada.
Antas Nekermann finalmente elige la opción de la bomba. La considera la más explosiva.
Y en este momento quisiera detenerme un instante para analizar los pros y los contras de utilizar un lenguaje que busque hacer gracia. La risa. El chiste. Decir las cosas con doble sentido, con la intención de que además de eso, diga lo otro, y qué bien. Y jiji. Y jaja. Y son cosas que uno no puede evitar.
Como Antas Nekermann no pudo evitar que mientras probaba e intentaba construir una bomba en su propio cuarto, la sirvienta de los Erötelji, la casa donde él vivía aún, entrase en el habitáculo y toquetease y curiosease y llamase a gritos al señor Erötelji para que viese qué listo era su pariente que qué inventos hacía tan complicados. Y el señor Erötelji llama a parte a su pariente Antas Nekermann y le dice que qué hace, que se está jugando la juventud. Y que se busque otras ocupaciones, que al final se va a hacer daño.
¿Es el goulash un plato de invierno? Debe serlo. Nuestra pérfida infiltrada seguirá infiltrándose. Nuestro Antas Nekermann verá nuevamente frustradas sus ansias de hacer algo. Y el señor Erötelji fallece pocos días después del rapapolvo, de un ataque debido a los nervios y el susto.
Si es que no puede ser. Antas Nekermann, quedas de nuevo a la intemperie.
Creo que es porque me perdí los primeros capítulos. Pero no pillo no lo de la desgracia de ser europeo. Lo de ser español, con los tiempos que corren, pues sí.
ResponderEliminarEl Gulash es un plato de siempre. Verano e invierno. Depende de lo que pique:-)
ResponderEliminarPobre Antas si esque muy listo y conocedor de la mujeres poco.
Saludos