miércoles, 29 de mayo de 2013

Círculo Projorelov

Atanasio Tortón nos sorprendió con su presencia inesperada en aquella reunión a la que no le habíamos invitado por creerle en uno de aquellos viajes que solía realizar y del que no daba cuentas a nadie. Así que, cuando convocamos a los integrantes del Círculo Projorelov, nadie se esforzó en contactar con quién había sido uno de los miembros fundadores de aquella banda de enfermos de la aventura y lo desconocido.
Atanasio Tortón apareció en la sala de reuniones y se sentó en su sitio vacío, que siempre respetábamos, y esperó a que se diera cuenta del orden del día para empezar a narrarnos su último viaje:
- Quisiera saludaros a todos, daros dos besos, abrazaros, sentir vuestro calor y vuestra infinita amistad, de la misma manera en la que yo os doy a vosotros lo mismo, besos, abrazos, calor y amistad infinita. Quisiera tocaros uno a uno, sentiros, recuperar la confianza que un día nos tuvimos y que estoy seguro que perdura con el paso del tiempo, aunque haya algunos a los que no he visto desde hace años y otros, nuevos miembros, quizás sólo me conozcan de oídas.-Y ya empezaba Tortón con sus preciosas introducciones, siempre atento a conservar la amistad, a hacernos sentir parte de una esfera superior de las relaciones. Nosotros, los del Circulo Projorelov, nos sentíamos embriagados con sus palabras. Nos sentábamos en aquellas sillas acolchadas, sillones mullidos, butacas comodísimas, fumábamos, bebíamos licores refinados o bastos según el gusto, leíamos libros de viajes, muchos viajes, contemplábamos un mapa mundi de dimensiones gigantescas que adornaba la sala, discutíamos rutas inverosímiles, y esperábamos siempre a que alguno de nuestros miembros volviera de alguno de sus periplos para escucharles atentamente mientras una buena copa de lo que fuera, nos ayudaba a seguir con la ensoñación. Prosiguió pues, Atanasio Tortón:
- Arrellanaos en vuestros asientos y dejar que os cuente que este viaje me ha llevado a caminar por calles estrechas, por avenidas anchas, a viajar por entre las mismas entrañas de una ciudad que no las poseía, a subir y bajar rampas, a entrar en tabernas que no se llamaban así y a discutir sin freno con lugareños que no conocían el término medio y que estudiaban al visitante para ver de qué manera podían llevarle la contraria en lo que fuera. He viajado, no a donde vosotros pensáis, si no al extrarradio de esa ciudad que se abre al mar y que un día quiso ser capital de un imperio ultramarino sin más voluntad que la de querer ser capital de un imperio ultramarino para que quedase constancia en los libros que si, que hubo una vez que esa ciudad fue capital de un imperio ultramarino y nada más. He estado en Barcelona, viajando en barco desde donde nos encontramos, a bordo de un grandioso buque que, transportando a miles de viajeros poco interesados en la ciudad que un día quiso ser capital de un imperio ultramarino por el placer de serlo, fondeaba en estas y otras ciudades que, muy posiblemente, también quisieran haber sido, y fueron, capitales de imperios ultramarinos sin cuento. Viajar, que tanto nos llena de placer y enriquece nuestra alma, me llevó a querer confundirme de línea de metro, a no seguir el itinerario, a perderme por lugares que no habían sido transitados, así que desvié mi mirada hacia donde se arracimaban bloques de pisos y quise llegar, y llegué, y salí y me senté en el banco de una plaza en obras y allí el sol me dio en la frente pero un aire frío me hizo buscar al poco un refugio en el que tomar algo caliente y preguntando en un español de rudimentos básicos por algún lugar confortable, nadie me supo decir nada, y llegué a una Granja que era una Taberna pero se llamaba Granja y allí me sirvieron un remedo de Croissant y un batido de chocolate que las dos encargadas de aquel establecimiento me recomendaron y me preguntaron miles de cosas, y yo les conté alguno de mis viajes, de mis epopeyas en el África perdida, en el África encontrada, en las selvas del Orinoco, en los desiertos de Samarcanda, entre las tribus perdidas de Israel, en todos esos sitios por los que el Círculo Projorelov existe y ellas me escuchaban y se reían y lugareños que allí entraban contaban a su vez que familiares suyos también habían estado allí donde yo y que ellos aquello que yo contaba no lo habían visto y que eso no podía ser. Y así estuvimos discutiendo horas y horas, y comí bocadillos de tortilla, y bebí quintos de cerveza no muy fríos al principio y luego demasiado por un problema de termostato que no supo nadie clarificar. Y ya era de noche cuando estaba explicándoles una estancia maravillosa en las islas de Comoro cuando un coche de la Policía local nos conminó a retirarnos y yo me dí cuenta de que había perdido el tiempo y que no había visto nada y tuve que bajar caminando por cuestas terribles edificadas sin ojo ninguno y de ahí a avenidas hasta que se notaba el olor a mar, olor extraño pero mar al fin y al cabo y ya volví a subirme al grandioso buque provisto con personal nativo de nuestro mismo país y al llegar a mi camarote noté que algo se me venía encima y eran un par de croquetas de queso que me dieron la tabarra, que es palabra que aprendí allí, durante toda la santa noche.
Está feo que lo diga yo de un miembro del Círculo Projorelov, pero Atanasio Tortón no es tampoco un exponente muy allá del Círculo Projorelov. En próximas apariciones iremos presentando a más integrantes.
 

2 comentarios:

  1. Esto huele a aventura, y cuando ya me estaba enfrascando me dejaron perplejas las terribles croquetas de queso.
    Un abrazo

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  2. Ay, qué penita con lo de Corto Maltés: así se llamaba un café que me gustaba mucho y que también se lo ha llevado la crisis. Cerrado a cal y canto.
    Espero a los próximos integrantes, entonces, para hacerme una idea más cabal del círculo projorelov ese.

    Día horroroso, Tolya. Espantoso.

    Buenas noches

    Bisous

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