La primera vez que tuve que contar mi viaje en el Círculo Projorelov se dio con motivo de mi regreso por tierras en las que el calor, la luz y la vida podrían haberse juntado para formar un todo precioso y lleno de armonía, mas una mierda como un pan, por que allí el calor, la luz y la vida, habían decidido correr por separado para establecer por su cuenta un infierno negro. Estoy hablando de Almería.
Y no fue un viaje común. Mi entrada en el Círculo Projorelov fue como la de tantos otros miembros. Un familiar me habló de un grupo de zumbados que se reunían en un caserón muy bien acondicionado, que había pertenecido en tiempos a los Condes de Cualquiera, y que a saber qué asuntos tratarían los allí presentes, que en nuestra ciudad nunca hubo gente de tanto copete desde que los Condes cerraron la casa y que allí había mucho emperifolle y que a ver qué. Yo fui. Entré. Pregunté. Me apunté. E hice mi primer viaje.
Almería. Yo había ido a Almería después de un sonoro fracaso amoroso. Un estruendoso fracaso. Un rimbombante fracaso. Mi compañera, mi novia, mi amiga, vino un día a mi casa ataviada con un uniforme de la banda municipal y con el bombo y el platillo a cuestas se plantó bajo el balcón para comunicarme que se había enamorado de un italiano y que ambos se iban a Almería, al Cabo de Gata, a vender pulseras en Las Negras. Mi compañera, mi novia, mi amiga.
Yo decidí ir a Almería, pero no a Las Negras, no al Cabo de Gata, a otra parte, a la montaña, unos meses después de aquel fracaso. Sabía que ella seguía allí aún, o no, no lo quería saber, pero sin saber cómo estaba informado de todo. Ella estaba allí. Con el italiano. Yo fui a Almería por otra cosa, lo juro. A la montaña, al monte, a la cara almeriense de la Alpujarra, a un pueblo pequeñito, con todo el solano delante, con un paisaje en el que nada sobresalía más allá de las rocas, de las pendientes, de las casitas blancas de los pueblos. Del calor del infierno. De la luz tremenda. De la vida... que se escapaba al sol. Sol. Llegué allí sólo, sin compañía de nadie, a lomos de un Citröen GS que me había comprado de segunda mano y que cuidaba como a un niño chico. Allí me planté. La excusa era el retiro espiritual. Quería leer. Quería escribir. No quería relacionarme con nadie. Quería estar cerca de ella sin estar con ella. Las cosas suelen ser así, sobre todo cuando estás como estás. Y sobre todo, si eres del Círculo Projorelov.
Allí llegué, a Instinción. Agosto cuando empieza. Tremendo calor. Y llegué a una casa que había alquilado durante un par de semanas. Y allí estaba la dueña de la casa, que me dejaría las llaves. Y ella era como mi amiga, como mi novia, como mi compañera. Qué dos gotas de agua. Qué historia tan tópica. Y me dijo que con tanta ropa yo iba a tener calor, pero que por la noche refrescaba. Y ella era igual que aquella otra, pero con el pelo más cano y algunas arrugas en torno a los ojos y más ancha de caderas, y el mismo vestuario ancho, vaporoso, pero mucho más vello en su bigote. Y me fue enseñando la casa y ocurrió lo que siempre me ocurre. Me tocó.
Los miembros del Círculo Projorelov asintieron sin dudarlo cuando lo contaba. Ellos sabían que pasaba en esas ocasiones. Qué ocurría si alguien, de repente, te tocaba. Te ibas. Me tocó y me fui. Y era Almería, y hacía calor, y la luz, y la vida. Y me tocó y me fui. Lo contaba y los del Círculo Projorelov me entendieron. Noté que me iba. Me tocó en el brazo. 'Acompáñame por aquí'. Y la acompañé. Nos fuimos los dos. Y los dos salíamos de la casa sobrevolando la sierra. Saliendo de Instinción. Estábamos muy cerca de Cabo de Gata. Y ella me guió y me enseñó a mi novia, a mi amiga, a mi compañera. Y ella ya era vieja. Y no se parecía a mi acompañante de los cielos. Y se me acercó ésta al oído y me dijo 'no soy como ella, ella no será como yo'. Y al italiano no lo vimos. Y volvimos a la casa. Y yo me lié con la casera que no era como iba a ser mi novia, mi amiga, mi compañera. Y volví aquí y lo conté en el Círculo Projorelov. Y el entonces Presidente del Círculo, el señor Chisinau me dijo que mi relato había sido fascinante y que él conocía muy bien esa sensación, pero que tuviera cuidado de no volar sin camiseta en Almería, que te quemas.
Nosotros no nos hablábamos con los condes de Cualquiera, me acuerdo, porque eran unos advenedizos, unos snob, unos arribistas que llegaron a base de braguetazos, y no los recibían en la corte.
ResponderEliminarNo sé cómo puede uno retirarse espiritualmente viajando en citroen. Tampoco sé cómo puede llamarse retiro espiritual a liarse con la casera, pero bueno, es que todavía me hacen falta unas cuantas clases. A ver al final del curso.
Feliz tarde, monsieur.
Bisous
Dios mío Tolya, ya va por el capítulo VI. Cómo le cunde la escritura.
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