Se encontraba viejo Baal. De repente, notó que algo pasaba con Baal que ya no disponía de la fuerza y el entusiasmo de antaño. Baal, que nunca utilizó ni dicha fuerza ni el citado entusiasmo, apreció que ni siquiera tenía ganas de no tener ganas. Baal, que todo lo es, notó incluso algo que no había notado nunca. Que había partes del todo, que ya no eran él. Sintió que, por momentos, el universo que había creado ya no respondía a su voluntad, si es que tuvo voluntad alguna vez. Era como si Baal se hubiera dado cuenta de que era menos Baal de lo que pensaba. Estaba triste Baal, porque pensaba que, quizás, de alguna manera, su tiempo había pasado. Ya hacía tiempo que sospechaba que otros dioses, quizás inventados por Él mismo en otro tiempo le habían ido quitando espacio. Baal, que antaño disponía o no de lo que se necesitaba y pensaba el mundo de una manera que era la manera y que no admitía más discusión que sus propios diálogos consigo mismo, tuvo un momento de debilidad. Decidió apartarse. Y cuentan los textos que Baal desapareció durante un tiempo que no cuadra con el tiempo de los hombres, porque muchos consideran que Baal no existió dado que no lo vieron jamás y que, si acaso desapareció, es que nunca estuvo y alguien contó que había desaparecido cuando en realidad no apareció. Otro Dios ocupó su lugar, un Dios en cada plaza, un Dios en cada lugar. Baal no estaba. Baal se apagó, deprimido, sin encontrar qué le había empujado alguna vez a ser Baal. Transmutado en algo, en un nada, se dedicó a observar cómo se comportaban dioses, héroes, hombres. Y vio que era bueno. Vio que en el mundo funcionaba una suerte de justicia, una especie de orden por el cual el que la hacía la pagaba, los buenos ayudaban a los que no tenían, los malos eran castigados y el orden público juzgaba cuándo podías ser bueno tú mismo, cuándo podías repasar un contorno, cuándo llevar el pelo así o asá, cuándo ser Baal incluso. Porque los nuevos dioses, las nuevas autoridades, decretaron que Baal eran ellos también. Pensaron un Baal, fenicio, mesopotámico y lo vistieron de dios extraño y dijeron que ellos también eran ese Baal y que Baal había sido uno de ellos, uno más y que Baal esto y que Baal lo otro. Y Baal, adoptando un día que estaba especialmente fuera del mundo la forma de un aficionado a la lectura, un bohemio, un pensador, ni siquiera en eso se fijaba o marcaba el papel, Baal, digo, el gran Baal, pestañeó. Cerró y abrió los ojos de aquella forma humana. Lubricó la retina o algo así, que Baal no estaba para mucha medicina y no hizo falta más. Ya no estaban. Los Dioses nuevos, el orden establecido. Baal pensó para sí que estar triste y deprimido porque alguien parece ocupar tu lugar, no tenía sentido. Los demás no están, porque los demás son Baal y están en cuanto que Baal lo mira y crea. Si Baal no lo hace, y esto ya Baal lo sabía, Baal no tiene por qué...
Y así fue que Baal, oh Baal, creó de nuevo el mundo, sin orden, sin voluntad, sin juzgar al que hace algo desde la ira o desde el cariño, simplemente con un pestañeo lo creó todo de nuevo. Y no se fijó en si era bueno. Sí en que había sido más fácil que aquella otra vez...
- Oh, gran Baal. Existes, desapareces y siempre estás. Oh, gran Baal, por Baal somos y nada esperamos más que un poco de tu paciencia y tu generosidad.
-Mortal. He procurado seguir el hilo de lo que cuentas. No lo borres, pero si quieres contar mi historia alguna vez, simplifica. Me he perdido. Me aburre.
-Oh, Baal, oh Gran Baal, siempre la palabra honesta, siempre estando sin estar.
Baal siempre tan borde, pero es que en ello reside su principal encanto. Siempre es un placer volver a encontrarlo.
ResponderEliminarFeliz tarde
Bisous