Lo de Báner se lo puso uno que ya no está y no está bien hablar de los que ya no están. No sabemos por qué venía, ni de quién era amigo, ni nada. Venía, se sentaba y empezaba. Daba igual el tema del que habláramos, quién fuese el que llevaba la voz cantante, quién marcase el ritmo, incluso el lugar de encuentro. Siempre se enfadaba. Y no era un enfado tormentoso, era un enfado... wagneriano. El Baner llegaba, se sentaba, parecía estar bien, normal, escuchaba las primeras palabras y entonces concentraba la mirada en la mesa, fruncía le ceño, todos nos callábamos, la tensión, la gravedad, podían pasar horas. Cuando alguno ya tenía la cabeza a punto de estallar por el silencio y el mal rollo, se levantaba y se iba y nos íbamos todos.
Un día el Báner vino con cuatro amigos y repitió la jugada. Fue el momento más insoportable de dolor craneal que he tenido en mi santa vida. Insoportable. Rufito iba a decir algo sobre la subida de precios del transporte cuando, el Báner y los otros cuatro pusieron esa cara, y empezaron como a murmurar. Un mmmmm, los cuatro a la vez. Sánche, al cabo de cuarto de hora, se puso a llorar. Yo tenía un dolor de cabeza imposible de aguantar. Los cuatro a la vez. Mmmmm. A los 45 minutos de reloj, el propio Báner dijo algo en voz muy alta. Nos pilló por sorpresa y no le escuchamos. Ya no lo repitió y se fue.
Alguien, no sé, nos dijo que el Báner se había ido, que había hecho muchos amigos nuevos, que muy posiblemente no le volviéramos a ver. O volveríamos a ver. Ahora no sé si dijo volviéramos o volveríamos. Es igual. Un día ví una foto de un señor con un casco con alas y medio vestido de cintura para arriba con unas pieles. Era el Báner, muy serio. Anunciaba una especie de marca de adhesivos alemana o algo así. Si mirabas mucho rato la foto del anuncio, te dolía el tarro mucho. Pero mucho.
Para provocar, un día, la Sonia empezó a hablar de música. Sabíamos que iba a venir, porque, de tanto tiempo que llevábamos con él, notábamos su vibración a distancia. Soni estaba diciendo que Mozart era lo más y que lo tocó todo. Que era como los Beatles y que los demás se habían quedado con trozos de Mozart y que sólo había un Mozart. El Báner llegó, efectivamente, y no dijo nada. Miró un vaso de cerveza, empezó como a murmurar, a removerse en la silla... sacó un martillo, sacó un cencerro, comenzó a golpear y a poner voz de muchos. La voz de muchos. Nos asustamos tanto que la Soni se metió debajo de la mesa.
La voz de muchos. Cogió esa manía. Ya no llamaba a nadie, venía solo y se sentaba. Acondicionaba el espacio a su rollo. Decía que aquello era suyo. Miraba mal al Musta, porque era moreno. Miraba mal al Niche, porque llevaba bigote. Miraba mal al David, porque tenía la nariz grande. Miraba mal al Ché, porque llevaba una camiseta del Ché. Sólo le caía bien yo, porque soy muy pálido. Al Niche a veces le hablaba bien, otras veces... sacaba el martillo, la voz de muchos, el cencerro... Mi cabeza.
El del bar estaba contento con el Báner. Era raro, porque el Rosendo no era de mucho... pero decía que con eso de la voz de muchos, consumía como muchos. El Rosendo no daba puntada sin hilo, tampoco. Estábamos todos un día tomando algo y el Báner vino con una chica, enorme, grandísima, que decía que era jugadora de nosequé, y tenía al Báner como dominadísimo. Era como un gatito, pero es que había que ver a aquella chica. Bueno, ya os imagináis.
¿No sabéis lo que es la voz de muchos? Cantar, cantar ahora como si fueseis un coro. Canta como si fueses muchos. Lorolo. El himno de cualquier país. No como si cantase Pablo Alborán. Cantar muchos. Uno solo. Voz de muchos. El Báner era un maestro. Cuando venía con la chica, si aguantabas el rollo, le acababas encontrando el gusto. A momentos. Si esperabas, tenían su rollo. De verdad. Pero me dejaba una pasta en ibuprofenos y en su puta madre. La chica aquella no siempre era la misma, a veces venían otras. Al Niche le moló una, pero no llegó a nada. Aquello era todo muy raro. Y muy denso. Y muy espeso. Y ese mirar siempre mucho rato las cosas y no llegar a... no sé.
Dolor craneal parece más allá de la jaqueca.
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