Dicen que desde el espacio, la contemplación del planeta Tierra, supone una de las cosas más impresionantes que puede uno vivir en la vida. Yo lo he visto. Cuando estuve en la base espacial, lo que en principio parecía impresionante, la Tierra en su inmensidad, ese azul tan bestia, esa bola azul tan salvaje, de repente se convertía al cabo de unos días en algo completamente normal. El fondo sobre el que transcurrían mis diferencias con Chovanek, donde el italiano y la rusa flirteaban, donde el sueco hacía sus cosas y la alemana las suyas. La importancia del fondo parecía menor, hasta que un día, sin darte cuenta, volvías a fijarte en ese azul y era ese día, precisamente ese día, cuando de verdad valorabas todo lo que significaba estar ahí. Ser parte de algo que te permite ver el mundo desde una perspectiva que no ha visto nadie. Yo lo puedo contar y estoy muy orgulloso de haber podido vivirlo, más allá de todas las cosas que paron. Si de algo estoy contento en esta vida es de haber podido ver la Tierra desde un lugar al que muy pocos han podido acceder.
Fue un par o tres de días después de haber pedido perdón a Chovanek, con resultados más bien escasos, cuando intentando trastear una máquina que nos tenía que proporcionar unos datos sobre la velocidad a la que se expandían unos gases sobre el elemento que disponíamos en una probeta que no se sabe porqué se nos rompió y tuvimos que utilizar otra cosa que teníamos en unos cajones y que el sueco dijo que hacían el mismo servicio y justo cuando lo teníamos preparado todo, la máquina empezó a parpadear y tuvimos que llamar a la base en Tierra y no sé porqué pero se me fue la vista hacia uno de los ventanucos y ahí estaba.
La Tierra. Me quedé extasiado durante unos minutos, que luego me dijeron que fueron bastantes minutos. Como fuera de todo. Me quedé absorto mirando ese azul tan absoluto. Un azul que contrastaba con el negro del espacio de una manera que, aunque ya digo que llevaba yo al menos mes y medio ya dando tumbos por el cosmos, no había experimentado aún. Cuando estaba mirando la Tierra de esa manera, paradójicamente no me puse a buscar mi país ni cómo se veía tal o cual accidente, sólo veía el azul. Mucha gente se para a mirar su provincia, los relieves, si se ve tal o cual río, yo no tuve cabeza para tanto. Se me fue. De tal manera que, cuando volví en mí, me dijeron que ya estaba arreglado el tema de la máquina de los datos de la probeta y tal y que ya estaba todo, que podíamos descansar durante un rato.
Me fui a mi habitáculo y tocaron a la puerta. Era Chovanek. Se sentó como pudo en una especie de pequeña silla que teníamos todos como mobiliario estándar y me explicó en alemán que 'yo no aprecio la belleza. No soy capaz de distinguir algo bonito de algo que no lo es. Soy capaz de admirar a quien lo hace, de pensar que tener sensibilidad para esas cosas te hace mejor persona, pero yo no he sido capaz de desarrollar ese talento. He mirado la tierra como tú has hecho hoy muchos días desde que estamos aquí, pero no he sido capaz de ver nada como tú lo has visto. Y me da rabia no sentir nada de eso. Me enojo, me enfado. Quizás sea ese el motivo de mi mal carácter. Quizás sea que me gustaría ser como vosotros. Me gustaría ser como ese italiano que habla tanto con la rusa. Y no lo puedo ser. No me sale. No me lo creo. Veo la Tierra y sólo veo la mancha azul. Y quisiera borrarla. Quisiera borrar la Tierra. Me gustaría que todos desapareciérais. Quiero volver a mi casa y no quiero volver a mi casa. Me da todo un poco igual. Yo de vosotros empezaría a tener algo de miedo, porque no me encuentro bien'. Se levantó y se fue.
Y yo me fui al lavabo porque tampoco me encontraba muy allá después de aquello.
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