Ha muerto Umberto
Eco a la edad de 84 años. Umberto Eco habrá sido muchas cosas en su vida, pero
sobre todo dos de ellas, escritor y teórico de la comunicación, son las que me
han interesado.
Primero, como
supongo que otra mucha gente, se conoce a Umberto Eco como autor de ‘El Nombre
de la Rosa’. Una novela fantástica, entretenidísima, ambientada en el siglo
XIV, creo, en la que en una abadía se libraba una lucha de poder entre los
monjes, con una serie de asesinatos, que un monje y su joven ayudante debían
resolver. Esto es lo que leímos todos, y vimos la película con Sean Connery y
el otro chico que ahora se me ha olvidado cómo se llamaba. Pero Umberto Eco no
era un escritor común. Umberto Eco venía de ser un teórico de la comunicación
de masas, en concreto, uno de los maestros de la semiótica.
Alto ahí. La
semiótica. Un signo. El significado y el significante. El símbolo. El
contenido. La forma. El lenguaje. La comunicación. Emisor, receptor, mensaje.
Código. El signo. La interpretación de los textos. Yo estudié periodismo y me
saqué la licenciatura. Para ello, tuve el gusto de hacer durante tres años una
asignatura llamada Semiótica de la nosequé. Tres años. No por gusto. Por
inutilidad. No recuerdo el nombre de la profesora. El primer año creo que nos
lo tomamos medio en serio hasta que llegó un punto en el que vimos que nos
habíamos perdido y ya no encontrábamos el hilo. Nos la jugamos en un trabajo y
fallamos. Creo. El segundo año, dimos por perdido el partido muy pronto. El
tercer año… a mí, por lo menos, el tercer año no me quedaba más remedio que
aprobar. Nos juntamos con unas compañeras majísimas que nos ayudaban y con la
experiencia de haber estado tres años oyendo cosas sin entenderlas fuimos
encajando piezas, Greimas, intertextualidad, el símbolo, el signo, películas de
David Lynch para que fuéramos entrando en materia… Una historia, el héroe llega
al pueblo, el héroe no tiene porqué seguir un patrón que le lleve a conseguir
el éxito, puede que nos interese más contar las cosas en espiral. Y ahí te la
apañes. Un semestre en exclusiva con esta asignatura. No era moco de pavo. Aprobamos.
Sigo sin acordarme del nombre de la profesora.
La profesora
insistía mucho en que ella había estudiado con Umberto Eco en Bolonia. Por
ello, intenté leerme el Tratado de Semiótica General. Avancé bastante. La
profesora no lo contaba como libro de referencia. La estaba cagando. Fue otro
de esos años perdidos.
Así que, una vez
visto esto, ya no te tomabas a Eco de la misma manera. Durante los años de la
Universidad, me leí El Péndulo de Focault. Librazo. Una historia acojonante. Si
aguantabas las primeras cincuenta páginas, todo iba a mejor… hasta llegar al
final que era una trufa. De las trufas gordas de la historia de la literatura.
Una tontez como un piano. Pero con sentido.
Eco nos habla de
construir la realidad, no a partir de la realidad, sino a partir de lo que
contamos de la realidad. O de lo que queramos. No pasa lo que pasa, pasa lo que
contamos que pasa. Esto es lo que yo pienso ahora de Eco y me viene de esa
época. Lo de los niveles de comprensión. Usted lee El nombre de la Rosa. Una
novela de detectives, pero monjes. Pero si usted es italiano, puede ver por
ejemplo que toda esa historia de franciscanos, dominicos, etc., tiene relación
con la política italiana de los setenta y sesenta. Comunistas, brigadas rojas,
revolucionarios, democristianos, etc. Puede disfrutar de la novela igual. De
una manera o de otra. Yo escribo una cosa y usted entiende lo que le da la
gana. Maravilloso.
Eco nos habla de
inventar la realidad. En El péndulo de Focault, nos habla de templarios, de
masones, de sectas, de personajes misteriosos… que son toda una patraña. Una
patraña muy bien montada, muy bien contada, con mucho arte, mucho misterio,
mucha gente muerta, pero una tontería al final. Ese libro nos encantó. Me gustó
mucho. Pero entendí después lo que quería contar. Que todo está contado por
alguien, que a ese alguien le interesa que tú pienses que hay un misterio y que
hay misterios insondables y manos lejanas que mueven el mundo y tú no lo sabes,
ay qué misterio. Y tú te lo crees. Porque está bien contado.
Contar bien las
cosas es muy importante. Eso es así.
Baudolino. Al
cabo de unos años, sacó un libro que se llama Baudolino. Un chico en la Italia
del siglo XIII tiene facilidad para inventar historias, y el rey Federico
Barbarroja lo utiliza para que se invente historias que le ayuden a mantener su
reinado. Nada menos que un equipo de comunicación. Contar historias al servicio
de una causa, de una idea, de un interés. Qué cosas. Nada es dejado al azar.
Todo tiene un sentido. El signo, el símbolo, el significado de las cosas, quién
las cuenta, qué entendemos cuando las contamos, qué nos interesa que la gente
sepa. Contar las cosas es muy importante. Y da credibilidad. Contar historias al servicio de alguien. Contar bien las cosas es
muy importante. Fabricar un relato de las cosas. Contar algo sobre un hecho o una situación y dejarlo en manos de una persona de confianza, de alguien que se devane los sesos pensando cuál es el mejor modo de contar la realidad, de conectar con la gente, de llevarlos al huerto. Esto ha pasado, porque te lo estoy contando. Mejor hacerlo bien que hacerlo mal.
Después de ese
libro, que nos flipó y ya nos ganó para siempre y le perdonamos lo del Péndulo
de Focault, creo que me leí uno que se llamaba La isla del día de Antes. Una
isla que estaba justo en el meridiano o en el… en el meridiano en el que las
horas del día cambian o algo así. Entendí muy poco. Ese libro era complicado de
verdad. Supongo que habrá quién sacara de ahí una relación con algo, pero yo no
la supe ver. Y no pasa nada. Lo acabé, la historia medio medio me interesó y
listos.
La misteriosa
llama de la reina Loana, era un libro un tanto autobiográfico, sobre su
infancia en la Italia en la que los fascistas se volvieron locos al final de la
guerra y liaban unas pardísimas. Sus recuerdos, los libros, la gente. Bueno. Ni
mataba ni te aburrías.
Y escribe El
cementerio de Praga. Y lo vuelve a hacer. A contar lo que nos interesa. Como un
Baudolino del siglo XIX, alguien que tiene habilidad para contar cosas, para
escribir cosas, pero que es utilizado por los servicios secretos para…
construir un mundo. Una realidad. La realidad. Esto no es ya así, ahora vamos a
contar que es así. Y será así. Y la gente preguntará y dirá, es así, lo he
leído. Y punto. Y se inventan que los judíos son la puta basura de la
humanidad. Y lo harán en base a escritos de mierda de gente de mierda, pero si
se les da un barniz de respetabilidad, esos escritos de gente absurda y
espantosa, pueden ser tomados como reales. Vamos a echarle la culpa a los
judíos. Vamos a contarlo así. Y así se hace. Y ahora está en tu mano creértelo.
Porque Eco
también dice eso. Que por mucho que las cosas nos digan que son así, nosotros
tenemos una cabecita para entender las cosas y para pillar al que nos está
tomando el pelo y para, ojo, construirnos nuestro propio mundo. Que por mucho
que contemos las cosas, no podemos estar seguros de que la gente vaya a
entender lo que nosotros pensamos que ha de entender. Y que ahí está la gracia.
No pensemos que
sólo ellos pueden contar las cosas. Vamos a contarlas nosotros. ¿Cuándo
quedamos y nos ponemos?
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