Cuando todo parecía haber pasado, cuando la luz, los colores y la voz en alemán dejaron de estar en un primer plano de mi realidad y volví de nuevo a tener ante mí a mi prima Poli, sentí que nada iba a ser igual. Estaba todavía boca arriba y lo había entendido todo. En alemán, aunque yo en alemán no había oído hablar más que en alguna de esas películas en las que sale Hitler y grita, pero lo había captado todo. No sé. Yo, por mi profesión, que ya sé que no les he dicho nada de mi profesión ni cuáles son mis ocupaciones o gustos y proyectos pero es que la verdad hay veces en las que nos entestamos en explicar lo que somos o a lo que nos dedicamos para ganarnos la vida y, en fin, que uno no cree que eso sea definitivo para el transcurso de una historia en la que la profesión tiene poco que ver. Qué tendrá que ver si soy urólogo o técnico titulado en mantenimiento de instalaciones hidroeléctricas e incluso concejal de fiestas, si esto no tiene que ver realmente con que yo esté inmerso en una historia como la que narro... no lo creo. Sea como sea, por mi trabajo y condición, no tenía ninguna necesidad de saber alemán, ni de entenderlo ni nada. Y lo entendí todo. La voz de aquella mujer, que yo sabía que era esa mujer y de la que tengo la sensación que no puedo parar de describir que aparece la mujer en cuestión en el relato en todo su esplendor de belleza y salvaje atractivo, aunque yo mismo caigo en la cuenta de que puede resultar pesado y fuera de lugar, pero es superior a mí. Y lo hago una y otra vez. Y a veces me cuesta avanzar en la historia que quiero contar, porque es como un agujero. Y no quiero calificarlo de agujero, porque me pierdo en una descripción que me encanta, que me subyuga, que me hace elevarme por encima del propio relato y me lleva a un lugar en el que solo estamos esa mujer de edad que es tan guapa como si fuera el lucero más bonito que hay en todo el cielo. El cielo ya estaba completamente despejado, azul brillantísimo, casi podría haberle visto los pelos del bigote a un marciano que estuviera en Marte si es que en Marte hubiera marcianos, pero no los hay. Por que yo no los ví. A mi prima Poli sí que la ví. Me dijo 'era esto, al fin lo has visto. Era esto lo que he querido enseñarte todos los días de la vida desde que eras pequeño. Quería que compartieras conmigo esta maravilla. Quería que sintieras en ti lo alucinante que es encontrar en un lugar como este un fenómeno tan extraño'. Y siendo esto así, tal y como me lo trasladaba mi prima Poli, yo había escuchado la voz de aquella mujer que me explicaba otra cosa.
Lo que la mujer me explicó, en alemán, era otra cosa. La mujer me contaba una historia. La historia de alguien que cada cierto tiempo volvía a ser pequeño, a ser un niño y a repetir una y otra vez la misma historia de muerte y perdición. De alguien que era su hijo, de una mujer que nunca fue la misma y que tuvo un marido que no entendió nada, pero que comprendió que no podía hacer otra cosa que asumir lo que se encontró. De alguien que huyó y no quiso volver, pero que todos los días le pedía a ella que le volviera a hacer pequeño. De un niño pequeño, que parecía una imagen de estampita antigua, (y esto la voz en alemán lo dijo en perfecto castellano, 'estampita antigua'), de un niño que no era el mismo niño todas las veces, que unas veces era su hijo y otras veces era otro. La voz en alemán me dijo que la aurora boreal es una suerte de llamada de atención, de fenómeno que no existe más que en la cabeza de quien quiere que suceda algo para que otra persona que está lejos, muy lejos, que posiblemente ya no esté, sepa que la estás llamando. Esto es lo que me dijo la voz en alemán, Yo quizás entendí esto y está mal expresado. Porque, insisto, no tengo ni idea de alemán y sin embargo todo me parecía bastante fácil de asimilar. Mi prima Poli me preguntó que por qué tenía esa sonrisilla en la cara, que si me había pasado algo durante la noche, que si había visto algo, que ella pensaba que a mí eso me iba a afectar de alguna manera especial. Que lo sabe desde siempre. Mi prima Poli me cogió del brazo, porque casi no podía caminar, hasta su coche para volvernos al pueblo. Mi prima Poli me dijo que tendríamos que ir a desayunar algo. Volvimos de aquel lugar y tuve la sensación de que mi prima Poli se había vuelto a perder. La misma indecisión, la misma parada en mitad de un cruce. Finalmente volvimos a encontrar la senda correcta y nos dirigimos hacia Villastanza de Llorera otra vez. Pasamos por delante de un bar al que yo no había ido nunca, el bar del Frederico. Me quedé mirando por la ventana, mientras en el coche sonaba un rock and roll de esos clásicos a los que ya no prestas atención. Mi prima Poli dijo 'no mires, que no vamos a parar ahí'. No sé por qué llevo llamando Poli a mi prima Aurora durante todo este tiempo...
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