No soy... y ya empezamos mal. En la Facultad me dijeron que nunca empieces un texto con un 'no', que era una de esas cosas que llamamos 'lo peor'. Es igual. Ya da igual. Va. No soy una persona demasiado expansiva. Me gusta hablar con mis amigos, no siempre me gusta hablar con mis amigos, casi nunca me gusta hablar con gente a la que no conozco porque pienso que no he vivido lo suficiente, saben más que yo de vivir, se me puede ver el cartón de una vida que apenas sale de la calle San Joaquín.
Pero es que, sin salir de la Calle San Joaquín, puede uno vivir mil y una vicisitudes, adentrarse en problemáticas sin cuento y dar pie a debates y problemas morales de primer orden. Siempre que digo lo de problemas morales me acuerdo de mi compañero de clase, el Morales. El otro día y creo que fue ayer, me encontré a su prima. La mítica prima del Morales, en la puerta de la tienda y pensé, no ha pasado el tiempo por esta chica, está igual. Sin salir de la calle San Joaquín, como digo. Me pasa esto y puedo estar dándole vueltas durante todo el día. O al menos hasta que llego a mi casa otra vez.
Sea como sea, el dilema moral al que me enfrento, ya no moral si no más bien de comportamiento social, de relación con el mundo que me rodea y por ende, de relación de todos con todos, es el siguiente. De un tiempo a esta parte, en el piso de enfrente llora un niño. Llora un niño porque el niño es pequeño y tiene que llorar, no por otra cosa. De hecho, muy recientemente he descubierto que no es un niño, que son dos niños. Dos niños muy pequeñitos, dos bebés. Su madre sale con ellos al balcón muy a menudo, a que les de el fresco, a darles de comer, lo que sea. También sale el padre. No son de aquí, son del Este.
Son de por ahí, del Este, sin concretar mucho más. Pero por los rasgos de ambos me aventuraría a decir que son del Cáucaso. Una vez, a las cinco de la mañana, oí al niño llorar. Pobrecito, debe estar pasando un calor endemoniado.
El otro día, repasando fotos para hacer una cosa, vi las fotos de mi bautizo en esta misma terraza y uno de estos días, de estas tardes en las que no tengo otra cosa que leer sobre las enseñanzas de Buda, por ejemplo, mientras el sol va cayendo poco a poco y las nubes amenazan y bla bla bla, pensé, viendo que ellos estaban en el balcón de delante... igual les haría gracia tener una foto suya desde el balcón de enfrente, es decir, desde mi balcón. Me imaginaba diciéndole a ella o a él, 'perdona, pero, quiéres que te haga una foto con el niño, o si quieres que os la haga... me das tu número y te la paso por el watsapp, por ejemplo'. No sé, me parece que sería una cosa bonita.
El mero hecho de pensar esto da cuenta de un cierto de estado de flojera, de una sensibilidad exacerbada, de una especie de sentimiento de fraternidad universal quizás inducido por lo que el Buda nos enseña o por algo que quizás se escapa y no sé lo que es. Como quiera que soy de comentar algunas cosas con esas personas con las que considero que tengo más cercanía, sean de mi calle o no (aquí soy muy laxo), me atreví a comentarle a una amistad mi idea. No fue bien acogida.
Se me dijo que quién sabe cómo se podrían tomar el hecho de que alguien desconocido se tome la libertad de hacerles una foto, qué haría yo con esa foto, vamos, desconfianza. Yo solo quiero hacer una foto, para que la tengan de recuerdo, una foto nada más, desde mi balcón hacia el suyo, una perspectiva que no tendrán, enviársela y luego borrarla ante la autoridad que sea menester. Sin embargo, la negativa de mi interlocutor me ha dejado bastante 'pansío'.
Yo, por mi parte, seguiría adelante con mi propuesta. Estrechar lazos con los vecinos, con la gente que viene de otras partes del mundo y que seguro que quiere encontrar aquí también una muestra de cariño y buen entendimiento, aunque sea por parte de un barbas con la terraza llena de mierda como yo. En fin.
Me hago ollas pensando cómo hacer lo del teléfono, si sería mejor decirles 'tírame el teléfono y te hago la foto'. O cómo me pasan su número. Veo a uno de los niños pequeñitos mientras aporrea la puerta de la terraza porque su padre la ha cerrado al salir a fumar y cómo cuando la abre, el chiquillo está berreando, emberrinchado total. Qué bonito.
Pues nada. Que no. Que me abstenga. Que no lo haga. Que qué van a pensar. Que no me meta.
Yo que sé. ¿En qué mundo vivimos? Digo yo que, si somos todos de la calle San Joaquín... no sé. Cualquier día se irán, quizás más temprano que tarde, o me iré yo. Y no tendré una historia bonita que contar.
Bueno, a otra cosa. Igual con la terraza limpia, desconfían menos.
Aquí en China es muy normal que alguien te haga fotos. Cuando trabajaba en la expo de Shanghai, nos hacían más fotos a las azafatas que al pabellón, jaja. Hay gente a la que le molesta, dicen, "para qué querrán esas fotos", pero a mí me hace gracia. A saber en cuántos álbumes de familias chinas estaré. Eso sí, nunca me las mandan. Solo una vez en Camboya, un chino con una cámara muy potente nos hizo fotos a mi amiga y a mí y luego nos las envió por mail. Yo agradecí el detalle, ya que mi cámara en aquellos años era muy chunga.
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