Muchas veces tengo la sensación de que lo que me está pasando no es más que el reflejo de algo que les ha pasado a otros antes. Tengo algunos momentos, durante los días que estoy pasando aquí en Villastanza en los que me parece que estoy siguiendo un camino que ya han seguido otros. Que poco más o menos, no soy más que otra pieza extraña que viene a este pueblo, vive unos sucesos extraordinarios, queda impactado por una cosa y por la otra, quizás muere, quizás sobrevive o se larga, se enamora o se embruja con la mujer mayor con la cara más bonita que haya visto nadie y muy posiblemente no sea verdad que yo sea el único que se ha enamorado de ella y que otros hayan caído en la misma fascinación una y otra vez. Ahora, por ejemplo, estoy en la puerta de lo del Frederico y tengo una sensación como de aburrimiento. Como de que estoy haciendo algo que ya antes han hecho otros, que me van a pasar cosas que son sabidas. Lo fantástico debe ser maravilloso porque parece que ha pasado esa vez y no va a volver a pasar más. Si uno sabe que ya ha pasado antes, como yo intuyo que ha pasado antes, es como que pierde bastante gracia. La Aurora, mi prima Aurora, que mi madre se llame también Aurora, que mi hermana Aurora que nunca ha hablado conmigo hable ahora, todo este rollo del amanecer, y, sobre todo, esa sensación de que en esta historia se mezclan como con calzador cosas, sucesos, nombres, gentes, fenómenos que me da a mí que ya han tenido lugar en otras historias y que alguien, algo, decide que también tienen que estar presentes en esto que me pasa a mí.
Hay personas a las que les resulta cómodo estar involucrados en historias que ya les vienen dadas. Hay quien se encuentra cómodo aún sabiendo que está metido en una historia, en una vida, que está pensando otro. Yo, que no soy muy dado a las aventuras, que he llevado una vida bastante convencional, ahora me encuentro con que me están sucediendo cosas maravillosas en un espacio de tiempo cortísimo y no lo sé digerir. Las disfruto, las sufro, las vivo con mucho interés. Pero hay algo que me escama. Hay algo que me parece que no es natural. Algo, una especie de casualidad constante, de giros que hacen que lo que pasa en Villastanza tenga que ser por narices tan raro, cuando pudiera parecer que este pueblo no tiene más gracia que la de... no sé, no sé qué gracia es esa gracia. No sé, es la sensación de que alguien está escribiendo una historia que tiene que hacer coincidir con otras historias previas.
¿Y a quién se lo estoy contando? Es más, ¿no puede ser que otro se haya hecho esta pregunta antes que yo y a quién? ¿Con quién estoy hablando? Estoy ante la puerta del bar del Frederico, he venido a que me pase algo, algo que seguro que alguien está pensando qué es, que todavía no lo tiene claro. Y me tiene aquí divagando sobre el qué, el por qué y el cómo. Y yo pienso ahora en el por qué y en el porqué y nunca me va a quedar claro cuándo va junto y cuándo va separado. Y yo digo ahora, eso del por qué seguro que es algo que está pensando... y pienso también, qué mierda ser simplemente el fruto de la imaginación de alguien. O algo peor, el remedo de una vida de otro que piensa que haciendo esto consigue algo, al menos, tiempo. Un tiempo que podría emplear en otra cosa, más lucrativa, por ejemplo, pero menos enriquecedora. Qué bulto de frase final. Que la tenga que decir yo, encima, que no tengo nada que ver. Que lo único que quiero es entrar ya en el bar del Frederico y pedirme algo y no sé qué. Me apetece comer algo.
He desayunado poquísimo. O no sé si he desayunado. O no sé si el que me tiene en su cabeza se ha acordado que ya había desayunado antes y ahora ya no sabe por dónde va.
Ay, me he perdido muchas auroras...
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