Todavía ayer, a punto de que comenzase la ceremonia, había quien discutía que la Reina de Inglaterra no iba a venir a su propia coronación. Es lo que tiene la Reina de Inglaterra, que sabe cautivar a los cautos, a los incautos, a las amigas y a las mismísimas enemigas, en torno a su figura y su poderoso influjo y, sin que ellos ni ellas lo sepan, acaban formando parte de la Corte y su Pompa. Así, todos somos parte del decorado de sus sucesivas coronaciones. De las proclamaciones, de los nombramientos, de los fastos, de las fiestas, de las ceremonias de coronación en las que la Reina de Inglaterra, necesita de boato y de adulación, pero también de voces que hagan de contrapunto sonoro, colorido, violeta y rojo, negro y verde, siendo al final todos uno y uno todos en la propia Reina de Inglaterra.
Así, cuando la Reina de Inglaterra llegó a la plaza, todo el ceremonial estaba preparado y los elementos dispuestos para que transcurriera la gala de una manera ordenada, con ese punto de improvisación que nos gusta pensar que es improvisado, pero que desde casa se ve una impostura que no deja lugar a dudas. Todo estaba previsto y preparado. Una primera ceremonia de anunciación de la llegada a mediodía, a pleno sol, reservada para una plebe que no puede desligarse de los compromisos y de la circunstancia, y finalmente una ceremonia de coronación con la propia Reina de Inglaterra incluida en el programa. Como una más en principio, de nosotros mismos y de nosotras mismas, y finalmente como Reina de Inglaterra coronada, única figura que brilla en un firmamento en el que nosotros y también nosotras nos conformamos con el mágico papel de bolitas de poliespan que protegen a la Reina de Inglaterra de la soledad.
Ese es y ese ha de ser nuestro papel, autoimpuesto y sin crítica, el de relleno ornamental en las sucesivas coronaciones de la Reina de Inglaterra. Estamos y estaremos para ser parte del decorado, para participar de las coronaciones, de las marchas, de las cacerías, de los bailes, de los cantes, de las representaciones del ballet nacional, del cálido fulgor que desprende su figura. Estar cerca, ser parte de su mundo y su situación. Ser parte de la otra parte de la plaza, de la otra parte de la bancada reservada a los familiares del novio, o de la novia, pero parte de la ceremonia de coronación de la Reina de Inglaterra.
Llegó y sus fieles se lanzaron a proclamarla como eterna Reina de Inglaterra, ungida en tierras lejanas por otras voces de más autoridad, que han conquistado todas las Inglaterras y prometen asimilarnos a nosotros, como si fuéramos escoceses, en su reino. Parte del decorado, parte de la masa que hace que no sean ellos solos, los entregados a su brillo y su partido, los que aplaudan y besen.
Nosotros, con nuestro tipismo, con nuestra historia, con nuestras ganas de gustar, con nuestras ganas de estar, de que la Reina de Inglaterra nos mire, nos escuche, nos haga caso, entregue su mano para poder rozar nuestros impuros (o puros) labios y que con nuestra impureza (o pureza) ella se contamine de lo nuestro. Y al fin todos somos ella.
Y nos sentamos junto a ella, y participamos de su gloria, y nos sentimos en la gloria. Parte de. Bolitas de poliespan que revisten a la Reina de Inglaterra de magnificencia y al mismo tiempo de humildad y tolerancia. Juguemos junto a ella el juego de la representación, hagamos de nuevo el papel del bufón de la corte. Seamos esa nota de color en la coronación, el del turbante, el del peinado extraño, el de la proclama furibunda. Un bonito fondo que da sentido a la democracia. A su lado, somos. A su lado, estamos.
Y en las fotos no salimos, pero sabemos cómo fue todo. Y lo contamos. Y no lo haremos más. Hasta la próxima.
La ceremonia de coronación transcurrió con el orden supuesto. Llegada, recepción, memorial de agravios y finalmente representación y despedida. La Reina de Inglaterra, cansada después de tanto viaje y conquista, se retiró.
No se valoró la idea de acompañar a su Excelencia por las calles con una Tuna de ciudad universitaria que ya está tardando en ponerse en marcha (y cuántos no darían un brazo por...). Una ronda que meciera los oídos de la Reina de Inglaterra.
Lo podemos proponer. En la próxima Asamblea.
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