Es 3 de Julio. Están clavadas dos sillas en el monte del Olvido. El 4 de Julio los americanos del norte celebran el día de su Independencia. Fuegos artificiales, supongo que conciertos... y orgullo. El 3 de Julio yo celebro la consecución de un misterio. El misterio consiste en el propio misterio completamente irresoluble que ya escribí el año pasado y no quiero saber si escribí también el año anterior. El misterio consiste en lo que a mí se me aparece como un acelerador de partículas. Estar en una fila, en una vida que era una fila, una fila normal y corriente, con sus turnos, sus prioridades, sus diferentes maneras de parar y seguir y de repente ser empujado hacia otro conducto. Un conducto en el cual vas acelerando, acelerando sin parar. Acelerando hacia el muro, sabiendo que el muro existe y la pared es dura y que la pared supone un choque y que el choque será tremendo. Acelerando y descomponiéndote en dos mil millones de partículas. Descomponiendo todo lo que conoces hasta extremos que escapan la comprensión humana. De cualquier humano. Un acelerador en el que las cosas pasan muy deprisa. El acelerador de partículas y los conceptos repetidos. La misma historia contada muchas veces de muchas maneras, pero en realidad es la misma historia siempre. Bajar a la calle, pisar la acera y acelerar hasta el infinito. Acelerar hasta que llega la pared y chocas contra ella. Y una vez que el choque se produce, no me estampo. No quedo aplastado contra la pared sino que la he traspasado en forma de hectoplasma. Ese hectoplasma que se ve reflejado en la pared. Una sustancia. He dejado de ser una persona para convertirme en un espíritu. El miedo atroz consistía en estamparnos contra la pared y que del impacto saliéramos muy mal parados. El miedo atroz. El miedo que tengo. ¿Cómo no tenerlo? Un choque asegurado. Un estampamiento contra la realidad que volviera a reagrupar todas las partículas que se habían desperdigado por el efecto de diversos estados de felicidad, de euforia, de una creencia ilimitada en que todo podría ser maravilloso, como esa primera vez de la que hablan los que prueban los narcóticos más dañinos. La metadona en forma de una pequeña conversación sin importancia. La luminosa referencia a algo que pasó una vez y que no volverá a pasar más.
En aquel tiempo, cuentan, floreció una flor de cactus. Los textos entonces eran tan bonitos. Entonces yo me esforzaba tanto, por una vez en la vida, por ser algo que me decían que podría ser. Flor de cactus que duró un día o dos. Una flor bonita como no habrá otra flor más bonita en todos los días del Universo que gira y que por siempre jamás no verán ninguna cosa más bonita que aquella flor. Entonces yo pensaba que podría ser al fin ese otro tan soñado. Al fin, incluso la flor de cactus parecía anunciar la venida de algo. No lo supe leer, no lo supe ver, solo sabía escribir cosas bonitas y pensé que esa facultad me iba a durar siempre. Y no es cierto. Ya no escribo nada más que refritos de cosas bonitas. Ya no me sale decir 'te voy a querer siempre o yo te voy a querer siempre', solo sucedáneos de cosas que ya he escrito antes. No puedo hacer fotos de las plantas porque no salen flores. Ni siquiera del jazmín que tanto nos hemos esforzado por que no muriera. Está vivo, sí, pero no salen flores.
Qué símil tan bonito. Escribir sin orden tiene estas cosas, que puedes ir introduciendo los temas al gusto. Acelerando y acelerando hasta la derrota final. Hasta convertirme en el hectoplasma que nadie ve. Ninguno de los bares de un como aquel existe ya. Todos tienen otro nombre. Ninguno de esos bares, ningún bar nunca más, ningún rincón, ningún objeto en el Universo será jamás igual a aquel 3 de Julio. Está mal dicho. Ningún objeto será igual.
Qué pena no saber escribir mejor. Qué pena saber que lo mejor ya lo he dicho antes. Qué pena escribir para recordar.
Como una Semana Santa. Todos los días de la semana con su sucesivo ritual. Con los ejercicios de memoria. Memoria histórica. Es un gran día y no puedo esperar. Canciones de Yo la Tengo. Canciones de los Kinks. El disco talismán, el primer disco de Gong. Canciones sonando esperando a que la flor de cactus abriera y no se desvaneciera jamás.
¿Podemos vivir esperando que todos los días sean 3 de Julio? Me cago en la puta, claro que sí. Yo lo he hecho. El único habitante del acelerador de partículas, girando a la velocidad de descomposición extrema en torno a dos sillas en una terraza. Girando y buscando cuál es el tope del acelerador. No hay tope.
Hay un muro contra el que al final se choca. Y lo que sale es un fantasma. Un espíritu como Casper.
Cuánta felicidad condensada en un solo día.
Un día nos reiremos de todo esto.
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