Los momentos de la vida de Santa Isabel de Portugal trascienden el tiempo y el espacio concreto en el que vivió. Alcanzar el estado de santidad nos permite huir de lo corpóreo y viajar más allá de lo que las ceñidas normas de lo corriente nos obligan a seguir. Santa Isabel de Portugal tiene, pues, momentos en los que habla con sus amigas en torno a una mesa y unos cafés con leche de un hermano que tenía ella que era muy alto y con la cabeza muy chiquitilla. Eso es uno de esos momentos en los que Santa Isabel de Portugal se siente cómoda y se iba a ir pero no se va. Santa Isabel de Portugal se encuentra con Santa Isabel de Portugal en un ascensor y pasan las horas y ninguna de las dos es capaz de salir del ascensor porque hay algo que las empuja a no dejar a la otra sola, en el ascensor, sin nadie con quien hablar, si nada que hacer. Y les sabe mal que Santa Isabel de Portugal esté allí sola en el ascensor, por si le pasa algo, por si necesita algo. Santa Isabel de Portugal, durante una reunión con sus consejeros, planean el asalto a una ciudad del sur y hay uno de sus consejeros que comienza a hablarle en húngaro y ella responde en húngaro y no es capaz de decirle a su consejero que ella no es su tía, Santa Isabel de Hungría, que ella es Santa Isabel de Portugal. Pero como quiera que Santa Isabel de Portugal es una persona de una exquisita educación, se lanza a decir algunas palabras en húngaro y no pasa absolutamente nada. Y todo transcurre como si nada. Y Santa Isabel de Portugal y Santa Isabel de Hungría quedan una tarde para mirar cosas en el Mulaya y ven alguna prenda que puede que les quede bien, pero no acaban de verlo claro y esperan a las rebajas. Pero ya son las rebajas y Santa Isabel de Portugal y Santa Isabel de Portugal y Santa Isabel de Hungría y una nueva Santa Isabel de Portugal se quedan en la esquina del Paseo Lorenzo Serra y deciden ir a tomar un cortado y no saben cómo decidirse y es finalmente la Santa Isabel de Hungría la que toma las riendas, pese a que Santa Isabel de Portugal es maña. Santa Isabel de Portugal se encuentra con Solimán el Magnífico en un pabellón polideportivo. Y hablan de sus cosas. De cómo va la vida. Del mes de julio y esa especie de sopor que nos invade y de lo que cuesta emprender planes en el mes de julio. Hablan de la familia, hablan de las cabezas chiquitillas. Hablan de gente alta y cabezas pequeñas. Y se ríen. Y hablan de las vacaciones. Y Solimán el Magnífico dice que este año quiere ir a un sitio tranquilo, porque está cansado de follones en verano. Y Santa Isabel de Portugal dice que ella ha invitado a Doscientas Santa Isabel de Portugal que han venido desde el mismo Portugal. Y así es como va pasando la vida. Y Santa Isabel de Portugal prepara comida para las doscientas y además un poco más por si acaso tienen que llevarse algo para el viaje de vuelta. Es una de las múltiples maneras de sacar partido a una cocina real. Y en un rincón Santa Isabel de Hungría se lo mira todo con un punto de tristeza, de nostalgia. Suena un violín. Y en un rincón SAnta Isabel de Portugal se lo mira todo con un punto de tristeza, de nostalgia. Suena una guitarra. Y todo es tan así que dan ganas de quedarse en un rincón uno mismo para ver qué suena. Santa Isabel de Portugal canta una jota. Santa Isabel de Portugal mira el río y no sabe qué río es. Santa Isabel de Portugal está mirando unas rosas y sabe que su público le pide que haga un nuevo milagro. Y lo hace. Y lo hace todo.
Santa Isabel de Portugal mira un cuadro de Santa Isabel de Portugal y no se reconoce. Mira otro y tampoco se reconoce. Y otro más. Y quisiera ser ella la que pinta el cuadro. Y no tiene tiempo. Se acuerda de preparar la comida para las doscientas invitadas Santa Isabel de Portugal y se ciega.
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