miércoles, 1 de noviembre de 2017
Una historia de fútbol
El fútbol como metáfora de la vida, como metáfora de la actitud ante la vida. Los grandes momentos, los días de grandeza, los grandes momentos. Hoy, paseando por las instalaciones del muy glorioso club Arrabal Calaf de Fútbol de Santa Coloma de Gramenet, me ha venido a la cabeza una de las más grandes historias sobre el fútbol protagonizada por una de las personas a las que más admiro, mi hermano.
No sé el año en el que ocurrió, no lo recuerdo, tan solo decir que el Arrabal, entonces sin fusionar con el Calaf todavía, jugaba en el campo de Can Peixauet. Mi hermano, proveniente del fútbol sala del Santa Coloma, recala en el Arrabal junto a su amigo del colegio, Nieto. Ambos juegan de defensas, mi hermano alterna el lateral derecho con el puesto de central o de libre. Su paso por el Arrabal está ligado a la figura del Cánovas, su entrenador. Un tío de Barón de Viver, de aquellos que dejan huella en la formación de una persona. O no. Puede que deje huella y puede que se le admire, pero que la cabra tire al monte.
Como digo, mi hermano jugaba de lateral y central, era rápido, no tenía miedo y no la tocaba mal. Pero, y él me perdonará, su pasión por el fútbol no era mayúscula. Normalmente los padres suelen tener más ilusión por el fútbol que los niños, en mi casa mi padre era muy futbolero, yo soy muy futbolero, mi hermano es muy futbolero… pero lo de la regularidad lo llevamos de aquella manera.
La rivalidad. En aquellos años, como siempre, la rivalidad con la Grama era total. Ellos jugaban en el Camp Municipal d’Esports en la acera de delante y el Arrabal en el campo de tierra. El Chato era el presidente. De vez en cuando se organizaba algún partido contra la Grama, que supongo que siempre generaba la controversia: si vamos, ven a uno bueno nuestro, nos lo quitan. Por otra parte, quitarle la ilusión a un chaval de jugar en ese campo grande… en fin.
El caso es que un día se concertó no sé a santo de qué un partido entre la Grama y el Arrabal en categoría que no recuerdo si eran cadetes o qué eran, pero por decirlo de alguna manera suave, era el partido del siglo para aquellos chavales.
Creo que estábamos en fiestas de Santa Coloma, yo la historia la recuerdo así. Mi hermano, que era un chaval, se venía conmigo a los conciertos. Venían los Enemigos y Mercromina al Sintonizza. Fuimos a ver los conciertos. Llovió y encima del escenario con los Enemigos había un perro. Nos fuimos para casa y a la mañana siguiente el partido. Ojo, puede que confunda esa noche con otra noche en la que mi hermano participaba en una carrera al día siguiente. Pero yo la historia la recuerdo así.
Partido en el campo de la Grama, todos los padres, ya saben… y los nervios, los padres nerviosos, los responsables del Arrabal nerviosos, hacer un buen papel, etc. Mi hermano sale de titular, jugando de cierre, último hombre, libre. Primera jugada del partido, la pelota la tiene el Arrabal y la ceden atrás, la pelota le viene a mi hermano, que está solo, sin nadie alrededor. Pone el pie para controlar la pelota y la pelota le pasa por debajo del pie.
Automáticamente pide el cambio, minuto dos o tres de partido. El entrenador monta en cólera, arde, está que pita. Pero mi hermano no cede. Se quiere ir. Y se va. Tan tranquilo. El público en armas, nadie entiende nada. Tanta trascendencia, tanta presión, tanto orgullo por jugar ese partido… tanto nada. Mi padre no entendía nada.
Es que no estaba cómodo.
Pues así es todo. Esa es la actitud.
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