domingo, 14 de enero de 2018
Perales
Ya que me lo preguntas, te contaré lo que pasó. Era una especie de festival y habían invitado a varios cantantes para que colaboraran en el evento. En el cartel estaban anunciados una serie de artistas de relumbrón para atraer al público que hace tiempo que había perdido el hábito de ir a conciertos o a disfrutar de música en directo. Desde una tonadillera que tuvo cierto éxito en tiempo remoto y que había vuelto con aires renovados, un dúo de hermanos que cantaban canciones romantiquísimas, un humorista que tuvo éxito con chistes ambientados en una determinada región, un cantaor muy ligero que fue guapo una vez y que empezó a ponerse gorra cuando perdió un poco de pelo, una excitante cantante que en tiempos se presentaba como muy reivindicativa pero que fue diluyendo su mensaje y amansando su aspecto, un lastimero cantante melódico que era de aquí pero se esforzaba en parecer italiano y por último él. El festival avanzaba y todos los participantes iban desfilando, desgranando el porqué de su presencia, lo muy a gusto que estaban, la importancia de participar en esta serie de actos para que la gente volviera a sentir la llamada de la música y lo que significaba, algunos lloraban al hacer la exposición, otros no, pero parecían muy entregados. Poco a poco iba acercándose la hora de la actuación de él. Y él no llegaba. Parece que su agente había perdido el móvil y parecía imposible contactar con él para aclarar que pasaba. Finalmente, él mismo envió un mensaje diciendo que le era imposible acudir. Aludió a un problema gravísimo de índole personal y quienes le escucharon al teléfono, aseguraban que sollozaba. Llevaba anunciado desde hacía un mes y no podíamos decirle a la gente que… bueno, sí que podíamos decirle a la gente que… pero y qué.
Siempre, desde siempre, habíamos dicho que se daba un aire. Que se parecía mucho. Se nos ocurrió como una broma, pero a medida que avanzaba la velada y los cantantes se sucedían y la cantante antes muy y ahora poco concluía su número llamando a que todos y todas tuviésemos conciencia y tuviésemos fe en Jesús, la idea tomó forma. En serio. Le dijimos que subiera. Que cantara él. Que no se iba a dar cuenta nadie, que nadie lo iba a saber. Que solo tenía que cantar dos canciones. La del barco que se llamaba libertad y la de y cómo es él. Y si se estiraba mucho que cantase la de porqué te vas, que total era suya. Nos miró como si fuésemos gilipollas. Que no. Que estábamos flipando. Que de qué íbamos. Que no. Y nosotros que sí, que son dos canciones, tres como mucho, que solo tenía que seguir la música. Que podíamos incluso hacer playback y ya está. Que no pasaba nada. Que solo tenía que salir. Y él que no. Y al final salió.
Cuando el falso italiano terminó, anunciamos con gran regocijo que él estaba esperando y que le dedicásemos un fuerte aplauso. Salió, con los focos apuntando muy fuerte al público para que se cegasen y no se fijasen demasiado. Comenzó a sonar la música y falló el playback. No había playback. Tenía que cantar.
No sabemos qué pasó. Si él entraba en trance y contagiaba al público cierta desazón, cierta congoja, cierta empatía hacia alguien que no merece que le pasen esas cosas porque él tiene pinta de bueno, de tío normal y eso, él parecía darle un giro. Un giro a peor. Un giro a mucho peor. Pero a peor en plan gente llorando como si no hubieran visto nada más triste en la vida. Llorando, gimiendo, y él en el escenario se retorcía, gemía, ponía esa cara de ‘si te quieres ir vete con él pero mira cómo me estás dejando aquí ahora, mira como me arrancas el corazón’. Y él en el escenario cantaba y no parecía haber mucha diferencia. Y la gente lloraba. Eran unas 550 personas en aquel lugar, que contamos las entradas, y todas lloraban, todas, sin excepción. Y se limpiaban los ojos, se sonaban los mocos, y algunos se abrazaban y otros se sentaban y se echaban las manos a la cabeza con un desconsuelo… y cuando acabó la segunda canción y pidió otra más y sonó porqué te vas… uf. Reconozco que lloré. Lloré tanto. Lloré tantísimo. Y él en el escenario era como él. Retorciéndose, encogiéndose, demostrando que lo insignificante, lo normal, lo así, puede llevarnos al más oscuro de los pozos. Y todos los secretos de su amor se irán con él. Y la gente no paraba. Incontenible. Una pena. Una pena tan honda y tan profunda. Una tristeza, porque se iba, porque todos los secretos de su amor se irán con… y yo reconozco que abracé a alguien y alguien me abrazó a mí y yo no recuerdo si nos besamos y nos juramos que nunca nos íbamos a separar jamás o qué pasó. Todo era tan triste que cuando acabó la actuación y bajó del escenario le miramos y le abrazamos y él parecía todavía en trance y se desperezó y acabó todo y el resto de artistas de gran renombre quisieron saber quién era aquel que ellos sabían que no era él. Y les dijimos que no era él. Y les dijimos que un día le contaríamos la de Juanito, que también.
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