miércoles, 2 de mayo de 2018
Amigo Sancho
Conocí a Juan Alonso en la Facultad de Químicas. Yo iba por allí para leer, porque había menos gente y menos ambiente que en mi Facultad. Esas cosas raras que se hacen cuando eres joven. Un día te gusta el bullicio, otros días quieres ser un ermitaño. Tonterías. Estaba allí mirando unas fotocopias cuando se sentó a mi lado y me preguntó si no era de Químicas. Acertó. Él tampoco. Estudiaba Derecho, iba allí exactamente por lo mismo pero al contrario. Decía que le gustaba una chica de allí y que iba siempre para hacerse el encontradizo, que venían juntos desde Igualada y nunca se atrevía a decirle nada. Congeniamos y quedábamos para tomar algo. Nos hicimos colegas. Una de esas amistades de Universidad que raramente perduran en el tiempo. Perduran en el tiempo. Qué forma más rara de hablar.
Tanto él como yo hemos hecho unas vidas más bien convencionales. Trabajos estables, familias estables, etc. Siempre quedamos él y yo solos. Nunca hemos hecho reuniones de las parejas, quedadas, fines de semana, una cenita, nada. Quedamos él y yo, algún jueves, los viernes, algún vermut el sábado. Charlábamos, fútbol, los problemas en el trabajo. Un día, sin embargo, sin venir a cuento, me soltó un 'amigo Sancho, ladran luego cabalgamos' que me resultó novedoso porque no acostumbraba a utilizar citas literarias. Era un tipo bastante común, con gustos comunes, de lecturas escasas, buena gente. No recuerdo de qué estábamos hablando.
La semana siguiente, tomando un vinito en una bodega de la calle Blai y mientras sonaba una canción de Pink Floyd me volvió a soltar un 'y es que amigo Sancho, las gentes que...'. Yo no me llamo Sancho. Ni Sánchez. Me llamo Ernesto Velarde y ni siquiera tengo barriga, soy más bien flacucho. Un poca cosa. Me quedé un poco sorprendido, la verdad. Mientras hablaba, notaba que cada vez más Juan Alonso dejaba de mirarme y dirigía su vista hacia un punto indeterminado, donde, tras asegurarme yo, me cercioré de que no había nada. Al cabo de un rato, comentando yo una noticia de la radio referente a cómo los fascistas de mierda estaban acaparando la atención de los medios de manera jocosa cuando deberían... me volvió a responder, cortándome el argumento con un 'es que, amigo Sancho, poco son los que...'.
Nos despedimos y no volvimos a quedar hasta quince días después. Nos saludamos delante de un bareto cerca de la estación de Sants, antes de entrar me comentó 'cierto es, amigo Sancho, que...'. Y durante toda la tarde que estuvimos tomando algo no dejó de hablar de esa manera. 'A buen seguro, amigo Sancho...', 'dicen, amigo Sancho que...', 'yo soy de los que opinan, amigo Sancho...', 'buena observación, amigo Sancho...', 'entre unas cosas y otras, amigo Sancho, la vida...', 'vuelvo a recordar, amigo Sancho...'. No me miró en ningún momento. Parecía ido. No le dije nada.
Cuando llegué a casa le comenté a Quima lo que pasaba. Me dijo que a lo mejor es que Juan Alonso se estaba leyendo el Quijote y que... no entendí qué me quería decir. No he leído el Quijote.
Esperé que me enviase algún mensaje o que me llamara para volver a quedar, pero no lo hizo. No he vuelto a verle. O verlo.
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