Somos muchos los que pensamos que la situación actual de crispación y de ausencia de diálogo nos está llevando por caminos que son ciertamente preocupantes. Efectivamente nos encontramos ante un escenario en el que las familias ya no discuten sobre según qué temas, se discute sobre el espacio público como lugar para las reivindicaciones, la conveniencia o no de considerar un idioma o una herramienta política, el ascenso de posiciones políticas ancladas en la confrontación permanente con un 'otro' que no es como 'nosotros'. Me ha parecido siempre una discusión estéril, pueril, infantil, pero sin embargo, dicho esto, yo soy el primero en caer en la trampa.
Soy una persona a la que le cuesta poco encenderse, lo reconozco. Tengo la mecha corta, me dan palmas, me buscan las cosquillas y pierdo cero coma en contestar. No mido y si no tengo al lado a alguien que me sujete y que me diga, déjalo, avanza, no lo hagas, suelo lanzarme a la arena del improperio y de la discusión por cualquier nimiedad. Un comentario, una acción que yo entienda como un acto de provocación, un lo que sea que a mí me de a entender que se ataca a mí o a alguien que me parece de mi confianza, provoca en mí una sensación de nerviosismo que no se calma si no lanzo toda la caballería, a veces sin medida, sobre la persona o el colectivo que he considerado ofensor.
Y, sin lugar a dudas, el escenario actual es proclive a la acalorada controversia, al refranillo hiriente, a la broma sin gracia, a las comparaciones odiosas, al gesto altanero y menospreciativo, al sarcasmo, a la ironía de trazo grueso, a la descalificación y al insulto gratuito.
Añadámosle además a todo este espectro de virtudes, que suelo mostrarme altanero y poco tolerante con quien piensa de manera diferente como yo. Incluso con aquellos que, pensando prácticamente lo mismo que yo, son considerados por mí de manera claramente inferiores a mi intelecto, sabiduría, verbo y gracia. Sobre todo gracia. Me perdonarán una vez más por hablar de mí, pero ya he dicho que tengo el ego un tanto desmedido, desaforado, enorme. Y como que uno es gracioso y parlanchín, tiendo también a meter la pata. No siempre, ojo. Hay veces que estoy bien, sembrado, noches o tardes principalmente en las que uno no tiene la presión del momento y está más distendido. No siempre, ojo. Ya lo digo ahora, puedo ser resultón pero también puedo pasarme un poco si no... se me frena.
El caso es que últimamente he notado que me crispo más de la cuenta con algunos temas y el de la situación política como ya he anotado es de aquellos que me tienen con el cuchillo entre los dientes todo el día. Quisquilloso, picajoso y rencoroso. Esto es otro tema.
El del rencor. Sólo actúo por rencor. No me mueve otro sentimiento como la superación de uno mismo, el trabajo solidario, la ayuda a los demás, el ansia de ver en vida la llegada de un socialismo que ya no sabría definir, la sonrisa recuperada de alguien que demanda un poco de cariño... nada de eso. Solo me mueve el rencor. Es algo que no se comprueba hasta que se me conoce, pero que es, indiscutiblemente, mi gasolina. El rencor.
Así, de todos son sabida mis posiciones en torno al tema, al conflicto, al procés, etc. Mi posición no dista mucho de aquellos que se llaman a sí mismos federalistas y con los que no voy a entrar a polemizar tampoco aunque me gustaría y mucho. Pero ese no es el tema. El caso es que un día, hablando en un círculo de personas a las que no tengo el gusto de frecuentar en demasía, por lo que ni yo las conozco a ellas ni ellas a mí, y en sacando el tema, y viendo que el público podría ser hostil porque vi un exceso de identificación con uno de los bandos, me lancé en tromba. Nada mejor ante un público desconocido que un alarde de conocimentos, verborrea, desprecio del contrincante, tópicos leídos en otros lugares adaptados a mi gracejo particular. Más o menos lo de siempre, pero entre personas a las que realmente no había visto antes, tan solo a una de ellas que además, guardaba conmigo una relación de jerarquía en el ambiente laboral.
Así las cosas, mi argumentación fue destrozando sin piedad tópicos, políticas, ideologías, posturas y postureos varios sin que me temblase el pulso en absoluto hasta que uno de los interlocutores quiso comentar...
- Soberbio
- Y tú croata.
Muy buenas tardes a todos y todas.
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