Hace de esto unos 30 años, quizás más, pero en el colegio nos hicieron leer un libro de un escritor que no conocíamos, ni de oídas, ni de verlo en los estantes de casa, de nada. Un libro llamado L’escanyapobres, de mediados del siglo XIX, su autor era Narcís Oller. Unos años después, leí otro libro, también por obligación y del mismo autor, Pilar Prim. Entre uno y otro libro había unas diferencias tremendas. Uno, el segundo, hablaba de una historia que ya me sonaba de La Regenta. Relaciones y amores escondidos en un ambiente burgués. El otro libro. El otro en cambio… ese libro ya no lo tengo en casa, por una movida de intercambio de libros con los chavales de la clase que venía detrás, lo cambié por otro y lo perdí. Un día, que quizás ese día no llegue nunca, lo volveré a bla bla bla. En fin.
En la Catalunya del siglo XiX, pueblos perdidos, una masía, un señor que controla las tierras, la gente que cultiva las tierras, que trabaja en la pequeña industria, que trabaja en las minas. Una casa perdida en mitad del bosque. No recuerdo bien el argumento, pero creo recordar que explicaba la historia de un joven contable o abogado, no recuerdo, que se enamoraba o le enamoraban o no sé qué pasaba, de la hija de un terrateniente local, que tampoco era gran cosa, pero entre que uno era un arribista y la familia necesitaba… quizás me estoy refiriendo a otras historias o a lo que yo he idealizado de ese libro.
Ese libro, ese nombre L’Escanyapobres. Las escenas de los dos, de la pareja, o de la mujer sola, contando las monedas cada noche, las monedas, el dinero, que iban rapiñando de los trabajadores, de los campesinos, en la casa, a altas horas de la madrugada, sin dormir. Contando las monedas, en una casa perdida, en el bosque, rodeados de otras casas perdidas en el mismo bosque, alejados unos de otros pero conocidos todos entre sí. El libro no era demasiado extenso, breve, pero esa imagen, la casa sola, el fuego escaso, las velas, el sonido del dinero. No sé si acaban volviéndose locos, o se mueren o se matan. No recuerdo. Al que fuera un joven contable, joven notario o joven abogado, que parecía tener unas ideas más avanzadas, le acaban llamando L’Escanyapobres.
No me he vuelto a acordar de ese libro hasta hace unos días, unas semanas. Recorriendo pueblos, caminos, las colonias, masías perdidas, casas con cosas apuntadas en la pared, cálculos, números, fotografías, caminos embarrados, caminos llenos de hojas, frío, en la noche.
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