¿Qué hacemos con los malos? ¿Les damos cancha, les dejamos sin hablar, hacemos como que no existen? ¿Nos enfrentamos a lo que dicen para ver si nos hace daño? ¿Sabemos lo que dicen? Ayer TV3 le dedicó un programa a Marine Le Pen, salpicada con entrevistas a personajes como Sergi Lòpez o Lilian Thuram, por ejemplo, que hacían de contraste. Las preguntas a Marine Le Pen pueden parecer cuestionables. ¿De verdad no se le pueden hacer otras preguntas? Era como ver un partido de fútbol y ver cómo tu equipo va fallando goles cantados. Hasta que te marcan el gol.
Los fascistas diciendo que no son fascistas. Que son nueva política, que son antisistema. La nacionalista francesa calcando un mensaje que tenemos oído mil veces sobre la soberanía, sobre la cultura, sobre la superioridad, sobre lo que es ser francés y lo que no es ser francés. Y diciéndonos que no es lo que es. Pero lo es. Y el entrevistador empeñado en hacerla aparecer al lado de quien a él le parecen los malos locales.
Marine Le Pen en la tele. Durante una hora. Diciendo cosas contra la Unión Europea, contra las multinacionales. Y el día de antes, un cara a cara entre la mano derecha de Bannon en Europa y nuestro Gerard Pissarello. Supongo que ese día no estaba de guardia la Rahola o el indepe habitual para contrastar. Los malos, en la tele. Diciéndonos cosas, metiendo la patita. Para que sepamos quiénes son.
Dónde ponemos la línea con los malos. Cuántos de los míos hacen falta para identificar a un malo. Dónde está la línea. ¿Somos capaces de aguantar el discurso del malo o de la mala sin recurrir a quitar la tele? ¿Somos capaces de argumentar que lo que dice es falso? ¿Que hay cosas que dice para confundir, para engañar, que no son verdad? ¿Somos capaces de estar callados sin decir 'a ver, hay cosas de las que dice que...'? Ojo.
Lilian Thuram, es ex futbolista. Y decía las cosas claritas. Lo único que hace la extrema derecha es dejar que las cosas estén como están, que el sistema económico quede inalterable, que no se mueva nada. Es para lo que sirven, para garantizar que nada se va a mover. Que el sistema económico no se toque. Que se recrudezca la opresión.
Que tengamos miedo a que pase algo. Que se enfaden los malos. Todo menos que se enfaden los malos. Nos podemos mantener en nuestros lugares, hablando de nuestras cosas, proponiendo soluciones, tomando cervezas, organizando asambleas, saliendo a la calle en ordenados grupos de pocos. Pero que no cambie nada. Que no se toque una coma.
Estamos en este país. Mientras la extrema derecha hace aspavientos, sale a caballo por el monte, nosotros nos encargamos de reírnos, como siempre. De no escucharles. De no poner la oreja a lo que están diciendo. De dónde sale ese mensaje. Qué quieren decir. Porqué lo dicen como lo dicen. Quién les hace caso de verdad. A quién le interesa que su voz se oiga. Porqué no queremos escucharles.
Estamos en este país y somos de muy fácil calentar. No nos gusta que salga en la tele esa señora, solo queremos que salgan en la tele cosas que no nos duelan. Que no nos toquen.
Y decir que no las vemos. Que no las conocemos. Que con nosotros no van.
Aunque ellos ya estén mandando.
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