Creo que es una imagen recurrente, una imagen que ya he utilizado alguna vez, pero que me viene a la memoria siempre que veo una obra de Cocotevá, especialmente la adaptación que hacen del Cómeme el Coco de la Cubana. Es una escena de la película Amadeus, en la que a Mozart le contratan para hacer la adaptación 'popular' de sus obras. El público ya no es el que está en los grandes teatros reales, los obispos, los militares, los petimetres. La gente en ese otro teatro, come, comenta con los asientos de atrás, radia la obra, charla de sus cosas, envía mensajes en el watsap, contesta al teléfono en mitad de la representación, interpela al artista... en resumen, se libera.
Otro año más, y van ocho, Cocotevá llevó al escenario del Teatre Sagarra el Coco, como siempre con el objeto de recaudar fondos para La Marató de Tv3. Como si fuera un Albano Dante-Fachín cualquiera, yo también critico y critiqué esto de La Marató y soy bastante reacio, refractario, contrario a esto de las obras benéficas. A la beneficencia en general. Pero voy. Por lo menos a esto. Y este año además, la causa era la investigación contra el cáncer. Unas cuantas horas antes, estábamos despidiendo al Maurito. Llorar y reír. Es lo que tiene estar vivo. Y vivir.
Una obra que para servidor, y como llevo al menos tres o cuatro años escribiendo sobre esto, tiene momentos gloriosos como son las intervenciones de Remedios, la coplera en chandal de Ponxi Dávila, que me parece el personaje. Tremendo. Y cada vez más, las intervenciones de Vicente, Àlex Mas, con ese tono como de pasotismo y desgana... pero que es de mentira.
Porque todo es de mentira. En el teatro todo es mentira, porque todo está ensayado y super masticado... o no. Porque con Cocotevá uno tiene la sensación de que lo que está viendo no es tan mentira, quizás porque no parece masticado y mascado y por eso quizás la gente piensa que lo que está viendo no es tanto teatro como a un grupo de cómicos desbarrando.
Parte fundamental del despiporre es precisamente la participación del público. Así, la gente no tiene esa sensación de que está viendo algo. Está participando en algo. Bailando, comiendo, recogiendo cajas, saliendo a escena, pidiendo el bocadillo correspondiente, haciendo y deshaciendo. El público.
Un público heterogéneo. Un público de gente mayor que quiere sentarse junta y que acapara filas de asientos porque no vaya a ser que la xxx llegue y la pobre se siente sola, que es lo que pasa, pero a la xxxx le da igual porque tiene el móvil y lo va mirando. Y uno se ríe de cosas y no sabe si está haciendo gracia a quien es la primera vez que viene y quizás ese humor poco correcto... Y ese matrimonio compuesto por él y la persona que está ahí pero que no sabemos si está allí. Y esa pareja que no puede quitar las bolsas de patatas del suelo porque oiga son mis bolsas de patatas y con todo el papo no dejan que una pareja mayor pueda sentarse. Y esto es lo que hay.
Y la hija de la Xesca que ya está tardando en subir al escenario, porque a ella esto de estar de público ya se le queda pequeño.
Y son tres horas, sí, tres horas de disparate, de interrupciones, de números musicales, de la broma del megáfono, de la violetera, del paseo de la violetera, de la argentina histérica, de la americana histérica, de la pavorosa interpretación del Soy Minero de Antonio Molina, de hacer la típica foto patética y oscura de un espectáculo que es luminoso porque sí, y Xavi Villena al final reivindicando el valor que tiene lo que se hace y porqué se hace, porque es popular, porque no tiene norma y porque de lo que se trata es de lo que se trata, tanto rollo ya.
Y así hasta el año que viene.
Y el año que viene será mejor. Y estaremos de mejor ánimo. Esperemos.
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