Me decidí hace tiempo a escribir por fin un ensayo sobre la valentía. Soy una persona de carácter más bien pusilánime, no soy muy amigo del enfrentamiento físico, de hecho no soy nada amigo del esfuerzo físico. Por eso me llama mucho la atención la gente que es valiente. Para ser valiente no basta con ser atrevido, creo, también es necesario un componente de actitud física. Actitud física. Imaginen cómo me quedó el ensayo. 'Sobre la valentía', tuve la osadía de titular aquella obra. Durante la gira de presentación del trabajo, fui invitado a un centro social que hacía tiempo yo había visitado como público y donde me conocía bastante gente. Tampoco era la primera vez que presentaba algún libro en aquel lugar. Se hizo la convocatoria, contacté con un portavoz del centro social para que me hiciera de presentador y se pactó el tiempo de exposición e incluso un turno de preguntas entre el público. Como ocurrió durante toda la gira de presentación, no me presenté. Sin dar ninguna explicación y dejando a todo el mundo colgado. Sin ponerme al teléfono. Soy obra viva.
El gran Alexander Cibojinovich escribió una vez una reflexión acerca de la Reconquista en la que ligaba el reflujo de la presencia musulmana en nuestro suelo patrio en torno a un cambio en las condiciones alimenticias de los diferentes pueblos y reinos. Alexander Cibojinovich había abordado también los pormenores del avance otomano en los Balcanes y su llegada hasta las puertas de Viena, relacionándolos con las diferentes tradiciones alimenticias y su pervivencia en las tal. De la misma manera, Cibojinovich se hizo famoso por haber elaborado una teoría de la Conquista del Oeste en la que contraponía las dietas de los pueblos indígenas a las de los conquistadores anglosajones y con diversos apartes que hacían entender y hacen entender de hecho que la llegada de diferentes pueblos con diferentes tradiciones alimentarias y gastronómicas convertían a los modernos Estados Unidos en el país más poderoso de la tierra. No quería que apareciera la palabra gastronómica y la he jodido al final.
En tiempos del emperador Augusto, en la recién conquistada ciudad de Tal, vivía un bardo llamado Gorrio, que escribió buena parte de su obra en su lengua nativa hasta que empezó a escribir en latín. Su obra, relativa a los usos amorosos y a las penas del corazón, hizo estragos entre la clase culta de su provincia y rápidamente su influencia llegó a Roma. Gorrio, que ya había cambiado su nombre al de Gorrius, fue reclamado por uno de los patrones romanos, patricio, perdón, para que amenizase sus fiestas en la capital. Lo contrató para que contase sus poemas y le asignó un salario. La primera noche en la que Gorrius tuvo que declamar sus creaciones, lo hizo en su idioma nativo. Al finalizar el primer poema, el público romano, amante de la extravagancia y lo extranjero, aplaudió al poeta y siguió escuchando aquellas palabras que no comprendía en absoluto. Al finalizar el primer poema, el público romano, prorrumpió en un atronador abucheo e incluso un par de jóvenes oficiales cogieron por el pecho a Gorrius amenazándolo con matarlo si volvía a emplear una lengua bárbara.
La gigantesca actriz austriaca Goldmunda Grössenheim llevaba tiempo siendo la emperatriz de la escena local. Había conseguido merced a su importante carisma auparse como una de las grandes damas del teatro y su presencia era requerida además en múltiples eventos ya que Goldmunda se destacó como una firme defensora de los derechos de la mujer y de los colectivos más desfavorecidos. Su carisma, su genio, su fuerza, eran admirados y aclamados. Algo que no pasó por alto a quienes detentaban el poder local. 'Para aprovechar tu talento y tu genio en el cambio que propones, deberías entrar a formar parte de nuestro equipo, ahí podrás dar cuerpo a todo lo que llevas en la cabeza y en la sangre, cambiando el mundo desde...'. Goldmunda aceptó y se le encargó el Departamento de Cosas Trascendentes. El primer día, tras tomar posesión de su cargo, ufana, apareció por el edificio consistorial. Allí, ajados, mustios, aplastados por la nada, se encontró, al frente de otros Departamentos Importantes, Departamentos Necesarios y Departamentos Enormes, a famosos cantantes, jugadores de ajedrez, talentosas poetisas, corredores de fondo, populares activistas, y sintió un escalofrío.
Para este quinto espacio quisiera invitar al escenario al gran Pedro Pável para que nos recuerde aquellos mágicos días de la canción de autor. Aquellos tiempos en los que con una canción podíamos cambiar el mundo. Aquellos tiempos en los que todos albergábamos en las voces de los grandes como Pedro Pável, la fuerza de una multitud que esperaba ese cambio en la sociedad que nos traería un mundo mejor. Aquellos días en los que con una guitarra al hombro conseguías mucho más que con un arma. Porque la canción era un arma. Esos días en los que éramos todos uno y todos confiábamos en la voz de los artistas que nos representaban. Esos días, lejanos pero siempre presentes en los que la vida podía caber una canción y en los que la muerte nos acechaba en cada esquina. Quiero dar así la bienvenida a Pedro Pável para que, con su portátil, nos ponga esa lista de reproducción de canciones que hemos escuchado quinientas veces y que nos hacen sentir tan y tan bien.
Patético. Admund Cresher ha editado un audiolibro en la que con su propia voz nos relata sus propios patéticos poemas. Sus seis volúmenes, su antología, su obra completa. Entero. No contento con emplear su nefasta voz para recitar de una forma absolutamente almibarada, se hace acompañar de un acordeón. No. No y no. Un acordeón, poemas, una voz de azúcares poliinsaturados. Durante seis horas, Admund Cresher nos susurra, nos pasa la lengua por toda la oreja, mientras sus poemas de puentes con ríos de agua cristalina que pasan por debajo de los puentes y bellas damas de pelo liso y largo o de pelo rizado y largo o de pelo corto y juvenil o mozos de apuesta mirada de noble gesto de yo que sé, se conocen se quieren y luego se desenemoran pero al final vuelven a enamorarse y se casan y eso. Lo he escuchado seis o siete veces. Insoportable.
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