Tenemos muy claro que todos no somos iguales. En mi familia, por ejemplo, estamos absolutamente de acuerdo en todos los aspectos de la vida menos en algunos que son de criterio muy personal y que no son sujetos de debate. Un debate que en mi familia siempre se ha dado en términos civilizados y haciendo gala de un cuidado y un tacto que nos ha valido el reconocimiento de la Federación Europea de Familias como la Familia Democrática del año en repetidas ocasiones. Tenemos claro, sin embargo, que hay temas que son de difícil consenso. Por ejemplo. Tenemos claro que no somos todos iguales. Pero mi hija dice que sí. Que somos todos iguales. Y su madre en cambio tiene todavía una postura más avanzada respecto al tema de las diferencias. Dice que no es que no seamos iguales, es que no tenemos ningún motivo para tolerar al que no sea igual. Y que por eso somos todos iguales. Porque el diferente no sería tolerado. Mi hijo, por su parte, considera que somos diferentes, pero que no entiende porqué. Es una posición en la que se mezcla su ignorancia absoluta por cualquier tema y su espíritu poco beligerante ante cualquier tipo de discusión. Yo por mi parte pienso que básicamente somos iguales, pero no sé cuál es el criterio por el que medir la igualdad. Iguales como qué. No sé. Mi hija, que entiendo que me odia cuando digo esto, considera que somos todos iguales y que somos iguales en tanto que seres humanos, sin distinción de ninguna condición de las que se puedan dar, pero, oye, yo no soy tan así y sí que considero que hay algunos condicionantes que bueno, son valorables. Mi hija dice que no hay condicionantes. Que lo que es es.
Lo que es es. Esa frase también la decía su madre. Lo que es es. Yo a veces cogería el título de Familia Democrática y le pegaba fuego. Lo que es es. ¿Qué manera de acabar un debate es esa? Lo que es, es. No se puede ser así. Yo entiendo que el debate, el sano y democrático de debate se ha de llevar hasta sus últimas consecuencias, pero siempre que el tema trasciende un poco, se termina con un Lo que es es. Y no se queda ahí la cosa.
Todos somos iguales. Aunque tengamos claro que no todos somos iguales. Creo que mi postura es lo suficientemente integradora como para ser aceptada. Y sin embargo, mi hija consigue que su postura extrema, junto con la postura de mi mujer, conviertan el debate en un juego de suma cero y es entonces cuando mi hijo no sabe lo que es la suma cero.
Y tan grave es saber mucho como no saber nada. Y tan grave es apostillar cualquier cosa como estar en el mundo porque hay espacio.
Y mi hijo me desespera. Porque no dice nada que no se haya dicho antes. No aporta nada que no esté en alguna cita. No se sale del cliché.
Y mi mujer aporta un punto de acidez a las opiniones de mi hija que, sabiéndolo, aprieta y aprieta.
Y yo me encuentro con que no somos todos iguales, de una manera cada vez más completa y en cambio, quien es más diferente impone su criterio.
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