Sus primeros discos no me gustaron. Ni mucho, ni poco. No me interesaron. Hay estilos de música, discos, artistas, que un día convergen contigo y te obligan a juzgar. Los hay también que se mueven en una dimensión paralela a la mía. Su trabajo era así. Paralelo a mi paralelidad. Un día, la paralelidad se esfumó y me vi obligado a prestarle atención. Por algún motivo que desconozco comenzamos a coincidir en sitios. De ahí pasamos a ser conocidos. Le llamé amigo alguna vez. No me atrevía a decirle que su música no me gustaba, que no me interesaba el mundo en el que se movía, sus referencias, sus mitos, sus esfuerzos compositivos. Un día, después de algún evento en el que nuevamente concidimos, le hablé de las corrientes, de las fuerzas, de lo que significaba la paralelidad. Se mostró interesado. Me dijo que, por ejemplo, jamás se había interesado por mi música porque le parecía que no tenía nada que ver con él, hasta que un día se vio obligado a prestarme atención. Descubrí que no era la música, que era él.
Cuando lo dijo, no pude por menos que sonreír con cierto aire de suficiencia. Uno más. 'Escribiré la mejor novela que hayas leído y te meterás por el culo tu...', no merecía la pena escucharle más. Al cabo de un tiempo presentó un primer libro. Un disparate titulado 'Vivo'. Una novela sobre alguien que se esforzaba de manera inmisericorde en ser un poeta, en escribir poesía y que conseguía alcanzar el éxito. Su segundo trabajo se llamaba 'Comunión', y refería la historia de alguien que con mucho esfuerzo conseguía de nuevo lograr algo, un objetivo, que le aupaba como un referente para los demás. El tercer libro se llamaba 'Colectivo' y era un tremendo fresco monumental de 800 páginas sobre cómo todo un pueblo conseguía alcanzar lo que tantas y tantas generaciones acumulando fracaso tras fracaso hasta alcanzar la victoria. Lloré con todas y cada una de las páginas. Qué intensidad, qué viveza, qué emoción. ¿No?
Soy de esas personas a las que no les cae bien Diamantina Grigorievna. Y no quiero desmerecer ninguno de sus méritos actorales. Soy una persona que soy capaz de distinguir entre la persona y el personaje. Soy consciente de que a la hora de valorar qué es y qué deja de ser una persona, lo que hace y lo que es no van de la mano. Pero también sé una cosa. No me cae bien Diamantina Grigorievna. La he visto, la he contemplado, la he escuchado, la he tratado, no me cae bien. ¿Y por qué? No tengo ni idea. Es algo de piel, de impresión, una emoción, no es racional. La he visto representar a Lady Macbeth, a Antígona, Cinco horas con Mario, Eugeni Oneguin, y en todas ellas Diamantina Grigorievna parece ser efectivamente capaz de ser todo y más. Y me cae mal. Y nadie debería leer que alguien le cae mal y que no tiene recursos para argumentar el porqué. Pero no puedo. Me cae mal. Muy mal. Diamantina Grigorievna, con su... espera.
Voy a ser todo lo sincero que... El tercer libro de la saga 'Trampas' de Alexis Makaroglu, se sale. Si en las dos primeras entregas de la saga Makaroglu se había liado de lo lindo intentando presentar un mundo de ficción que convive con un mundo real, en este tercer libro, parece salir milagrosamente del entuerto y nos ofrece un libro de aventuras que en su sencillez heredera de los libros de Dumas, Salgari, Stevenson, halla un nuevo camino, un enfoque, un algo que se desvía del camino primigenio y que convierte a la saga en otra cosa. Ahora esperamos el cuarto libro de esta serie con el convencimiento de que Makaroglu ha dado con este giro por una auténtica carambola literaria y que, a buen seguro, será engullido por la responsabilidad y nos entregará otra vez un 'quiero y no puedo', que lo aplastará como escritor, quizás para siempre.
En sus memorias, el príncipe Bertrand de Ferr, nos relata con especial gracia un encuentro con la famosa Condesa de Baranov. En la casa de campo que De Ferr tenía en Lausanne, organiza una fiesta a la que acude la Condesa de Baranov, ciertamente bastante más joven que el príncipe, y ambos comienzan un cortejo que les conduce a terminar a solas la velada discutiendo sobre política internacional toda vez que sus aburridos amigos han abandonado la fiesta. Durante este encuentro, la Condesa de Baranov se destapa como una revolucionaria que se ha mezclado con el pueblo y quiere redimirlo, refiriendo casos de revoluciones que triunfan, soldados heroicos, prometedores futuros. El príncipe de Ferr no sabe qué actitud tomar, primero piensa en situarse en el bando contrario, conservador, bajar a la tierra a la joven. Después piensa que lo mejor es apuntarse al carro de la revolución. Cuando se decide por esto último, la condesa confiesa que todo es una trampa y que va a denunciarlo a la policía. El príncipe Bertrand de Ferr lo ha entendido. O no, no sabe. La Condesa de Baranov abandona la casa anunciando que la policía llegará en unas horas. El príncipe De Ferr hace una maleta. La policía jamás vino.
El poeta Anton Fetuvchenko acaba de entregar otra vez un poemario titulado Caballo Blanco. Es el duodécimo trabajo que entrega con el mismo título. Un nuevo compendio de poemas sobre un Caballo Blanco al que Fetuvchenko odia profundamente. Ese Caballo Blanco tiene pinta de ser alguien, alguien a quien Fetuvchenko odia. Desde hace más de veinte años Fetuvchenko ha decidido que el Caballo Blanco sea su gasolina literaria, su inspiración, su clic. El Caballo Blanco aparece paseando por la calle, entrando en una sala, celebrando un cumpleaños, apoyado contra una pared, llevando a su madre al médico, discutiendo contigo, explotando a los trabajadores, explotando a las trabajadoras, llevando la bandera roja, comandando una brigada, conduciendo un vetusto coche, enseñándote las claves de comportamiento, resoplando en el centro de una plaza. Pero Fetuvchenko lo cuenta todo con una gracia tal. Es tan gracioso. Es tan inteligente. Fetuvchenko es tan brillante. Fetuvchenko. Creo que le amo.
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