Fue una de las manifestaciones más multitudinarias que se recuerdan. Medio millón de personas en la calle, la situación era ya insostenible y creíamos tener al Gobierno contra las cuerdas. Habíamos preparado la manifestación durante semanas y estábamos todos excitados pensando que, por fin, íbamos a conseguir lo que demandábamos. Las caras de alegría entre la gente, el sentimiento de comunidad, éramos todos uno, no queríamos que aquel momento acabara nunca. No recuerdo haber escuchado el manifiesto que se leyó, en un momento me paré a hablar con alguien, una amiga de otra ciudad que también había venido a la manifestación. Perdí a mis compañeros. Envié un mensaje para saber dónde estaban y me dirigí hacia el lugar indicado.
Me moví entre la gente que comenzaba a abandonar la manifestación y que comentaba los resultados de la misma. El presidente del Gobierno iba a mandar un mensaje televisado como respuesta a lo que estaba sucediendo. Todos estábamos contentos, nos cruzábamos miradas de complicidad. Todos uno.
Creí estar dirigiéndome hacia donde yo pensaba que estaban mis amigos y me había equivocado. Estaba yendo hacia arriba y me había pasado, tenía que volver sobre mis pasos. Me di la vuelta y de repente me encontré con algo extraño. La gente con la que me cruzaba estaba triste, cansada. Dí por descontado que el presidente había hablado y que en su declaración había dicho que no se iba a mover un milímetro de su posición. Quise encontrarme con mis compañeros lo antes posible para que me comentaran lo que pasaba, extrañamente a mi móvil no llegaba ningún mensaje. En un momento quise salir de la avenida por la que transcurría la manifestación y me metí por una calle primero a la derecha y a la izquierda por un callejón.
Mis pasos se dirigieron sin que yo lo pidiera hacia una taberna que parecía ser el único lugar iluminado en todo aquel callejón oscuro. No se veía el final. Entré y la taberna estaba llena de gente, pero no estaban mis amigos. Quise preguntar al camarero y me indicó que pasase a una sala detrás de una puerta que me indicó, justo al lado de los lavabos, mis amigos estaban allí.
En el bar, toda aquella gente estaba triste. Una televisión en blanco y negro emitía un partido de fútbol donde los jugadores iban muy despacio. Era un partido de los años setenta.
Abrí la puerta que me indicó el camarero y la sala estaba vacía.
Me quedé esperando, sentado en una mesa al lado de algo que en otro tiempo debió ser otra barra de bar. Apareció un señor mayor, con traje de camarero antiguo. Soy imaginativo de nacimiento y me gustó creer que había entrado en algún tipo de situación como la que se daba en El resplandor.
El camarero me dijo algo en alemán.
- Das Spiel ist vorbei.
Pues no, no era la misma situación.
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