Con el paso de los años, me fui acostumbrando a tratar con Vermeer. Cuando comenzamos a tener algo más de confianza, me explicó algunos de sus secretos y me confesó una cosa. Le tenía miedo a un color. No me llegó a decir nunca el color. Solíamos pasear juntos al salir de las reuniones del gremio y me contaba anécdotas que le habían pasado mientras ayudaba a su madre en la tasca. Cuando hablaba de aquellos tiempos, detrás de la barra, sirviendo cerveza, hablando con los marinos que habían viajado a América, a Asia, a África, se le iluminaba la cara y me confesaba que le hubiera gustado ser marino. Entonces se quedaba callado. Creo que se imaginaba de marinero. Y tampoco le gustaba.
Vermeer pintaba poco, me decía que no había que pintar tanto. No había que hacer tanto de nada en general. Me gustaba escucharle pero me costó pillarle el punto. Yo era algo mayor que Vermeer y sin embargo me parecía más mayor él. Tenía razonamientos de viejo. Me hacía sentir incómodo. De vez en cuando, en esos paseos que hacíamos al salir del gremio, se decidía a hablar de pintura. Hablaba de la pintura como de algo esotérico, algo oculto, algo que solo podían llevar a cabo algunos privilegiados. Eso fue lo que más me molestó de él al principio, luego le fui pillando el punto. Entendí que quería, como todos los que nos metemos en el mundo del arte, quería que le dorase la píldora, que le afirmase en su condición de artista, que le diera la razón, un poco solo. Cuando lo hice, su actitud hacia mí cambió y nos conseguimos hacer buenos amigos.
Un día, estuvo a punto de decirme el color al que le tenía miedo. Me contó un sueño.
- Sueño, me decía, que alguien me está pintando a mí. Que alguien me pinta sin que yo esté presente. Que alguien me dibuja, que alguien sabe de mí y que quiere recordarme llevándome a un lienzo. Que alguien me está pintando sin que yo lo sepa. Y que lo está haciendo con los ojos cerrados, porque no necesita verme para pintarme. No necesita que esté ahí. Como cuando yo me imagino que soy marino y que estoy surcando las Indias. Me está pintando y entonces me giro y soy yo, pero no soy yo, soy como una caricatura de mí mismo. Y me estoy pintando. Y veo el color.
Y me da pena. Porque no sabe que soy yo.
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