La noche de ayer y todo lo que nos queda de día significan los últimos momentos para aplicar el Filtro Belleza a nuestras vidas que significan las llamadas fiestas navideñas. Durante unos días, aplicamos el Filtro Belleza a todo lo que nos rodea, somos más buena gente, nos alegramos de cosas que nos importan poco, sentimos cerca a quien siempre está lejos, visitamos centros comerciales con la ilusión de que alguien, en algún punto del universo, estará visitando también un centro comercial pensando en nosotros. Brindamos con cava vigilando que sea un cava bueno por una vez, seleccionamos el vino más medianamente caro que nos podamos permitir para acompañar comidas que hacemos este año y repetiremos el siguiente.
Visitamos la Cabalgata con la esperanza de que sea eterna, que dure siempre, que estos días en lo que todo es bueno y parecemos mejores, no acaben. Que esa cara de ilusión y nervios de esa niña que lleva una hora y media esperando a que llegue la Cabalgata y que se ilusiona incluso viendo pasar el M-30, sea la misma cara con la que afronte la vida siempre. Esperanza en el porvenir.
La Cabalgata de Santa Coloma, por desgracia, no es eterna. Se prolonga en el tiempo y en el espacio pero tiene un fin. Parece interminable pero es corta. Porque uno siempre espera más, se imagina una cabalgata sin cuento, una sucesión de carrozas, con entidades, con personas, con títulos individuales, con colectivos y lo que tiene es otra cosa, que no es peor, es diferente, porque todavía es día 6 y es el día de Reyes y el Filtro Belleza todavía me hace ver las cosas y mejor.
Más y más joven, más y más tersa, más y más brillante, la noche de Reyes es cada vez más un evento colomense en el que hay que estar y en el que hay que ser. Un evento que podemos dividir y así lo hago yo en dos partes. Una primera parte con luz y otra sin luz, pero las dos iguales de intensas y vivas. Una primera parte en la que las medusas y los peces brillan de manera fulgurante, en la que las ranas, magníficas, relucen e impactan a grandes y pequeños y pequeñas, una primera parte en la que todavía funciona el número de repicar los tambores o el gigantesco tambor. Una primera parte en la que los carboneros están eufóricos y en la que los Reyes Magos y sus pajes reparten caramelos con ese aire displicente que da el cargo. Solo Baltasar se pone de pie, tanto en la primera parte con luz como en la segunda parte llegando a la meta, y saluda y parece realmente contento. Es un Rey al que no le hace falta aplicar el filtro belleza, porque está ahí arriba y tiene tanta ilusión como cualquiera de nosotros.
Sí, todos tenemos ilusiones. Todos aspiramos llegar a más, todos tenemos en nuestra cabeza un puesto, un lugar, un algo que creemos merecer y si no es así, no nos podemos sustraer a la ilusión de aplicar un filtro belleza a nuestras vidas para que sea, al final, lo que queremos. Y hacemos lo que hacemos.
¿Participó la alcaldesa en la cabalgata como paje? No la vi ni en la primera ni en la segunda parte. Quizás no me di cuenta y quizás sea esa mi mayor virtud. No hacer caso.
En esa primera parte, a la altura del Sporting, los caramelos que se recogen son escasos. En un primer intento me hago daño en la espalda y ya me resiento. Pero aplico igualmente el filtro belleza para encarar la sesión como se merece y me centro así en los caramelos de mucha proximidad. Que son pocos. Muchos caramelos se me escapan porque al agacharme tan lentamente y renqueando, otros miembros de nuestra sociedad me los arrebatan sin compasión. Y así tiene que ser y así, los elementos más débiles de la sociedad, nos vamos buscando la vida.
Viendo la cabalgata, los abuelos que no tienen pinta de ser abuelos se quejan de que no pueden coger caramelos porque cómo está la vida. Los abuelos y abuelas con pinta de ser abuelos y abuelas, ya avezados en el ritual, lo tienen todo por la mano y no necesitan la victimización constante.
En esa primera parte, con luz, todo parece rutilante y aunque las carrozas de los Reyes parecen churrerías ambulantes, uno hace ojos ciegos y aplica el filtro belleza y aunque el frío húmedo se te cuele por los pies, haces que todo sea lindo, brillante, resplandeciente, sin arrugas y para delante, compañeros.
La segunda parte de la cabalgata, que es la misma cabalgata pero llegando al tramo final, desde la acera de enfrente del bazar Fortuna en la Avinguda Generalitat, el gentío se prepara para ver una cabalgata que nunca llega.
Ya hemos visto que este año, como los anteriores, Yolanda Valero ha decidido convertirse en un ángel de a pie y así no eclipsar con su propio filtro belleza particular la belleza de la cabalgata.
Una segunda parte ya sin brillo, sin gente aporreando los tambores, sin esas luces primigenias, pero aún así, cabalgata al fin y al cabo. Mientras pasa el rey Baltasar, alguien le acerca una carta. Son esas pequeñas cosas que te hacen seguir confiando, pensando que, quizás, esta noche, los Reyes pasen realmente por tu casa y hagan lo posible por mantener ese Filtro Belleza durante el tiempo que se pueda. Justo en ese tramo de la cabalgata alguien nos anuncia por el móvil que una compañera está jodida y nos da un así como un crujido así en algo que tenemos dentro. Pero sabemos que la compañera lo va a luchar como lo lucha todo. Con alegría, pero sin desfallecer.
Al final, el resto del año no es más que prolongar los filtros para que cuando llegue la Cabalgata siguiente, su brillo y fulgor, no nos pille desprevenidos.
No entretengo más, a vestirse y a disfrutar del día.
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