jueves, 2 de enero de 2020

La Séptima Planta de Can Ruti

El ascensor de la planta séptima de Can Ruti se cierra, o amaga con cerrarse, tres veces antes de cerrarse definitivamente. Es algo que solo sabemos los iniciados, los que ya llevábamos un tiempo en ese ascensor subiendo y bajando. 'Si sabemos que esto es así, es porque la cosa no va bien'. Si conocemos los entresijos del funcionamiento del ascensor, cuál es la máquina que da tarjetas de televisión y de wifi, dónde están las máquinas que venden sandwiches y los nombres de los y de las auxiliares y de las enfermeras, es porque es mal. Es porque la cosa va mal.
El pasado 17 de diciembre nos dejó mi padre después de un mes en Can Ruti. Después de que nos dejara, nos acordamos de amigos, familiares, personas que le acompañaron en alguna de las múltiples facetas que recorrió a lo largo de unos años de una vida sencilla pero siempre diferente. Ya hemos dado muchas veces las gracias a todos sus amigos y amigas que estuvieron con él todos, absolutamente todos los días, visitándole y animándole. Y no se las dejaremos de dar nunca.
Pero, acordarme y dejar constancia del inmenso papel de quienes lo cuidaron durante los dos últimos años y medio, cada vez que tuvo que necesitar de ello, eso no me había salido hasta hoy.
Desde el 11 de abril de 2017 hasta el 17 de diciembre de 2019. Antes incluso, cuando se puso malo y necesitó tratamientos para arreglarle el tema de la hipófisis. Pero sobre todo desde ese 11 de abril cuando hubo que llevarlo de Vilches a Jaén y pasó casi dos meses allí. Cuando el 10 de marzo de este año hubo que llevarlo primero al Esperit Sant y de ahí a Can Ruti otra vez y de ahí al Sociosanitari de Torribera. Y cuando después de la operación del pasado 18 de noviembre hasta el 17 de diciembre en el que ya no pudo más.
Todos esos días, todas esas noches, en la UCI, en las plantas diversas, en las habitaciones individuales o en las compartidas, siempre estuvo atendido con cariño y con agrado por parte del personal que estuvo a su cuidado. Un personal en el que mi hermano, mi madre y yo, confiábamos en todo momento porque sabíamos que lo que se estaba haciendo era lo que se tenía que hacer.
Y no recuerdo todos los nombres de todas las personas que le estuvieron cuidando. Pero quiero acordarme y me acordaré siempre del personal de la UCI de Can Ruti, que lo sujetaban cuando era incontrolable, que le animaban todos los días, que le aguantaban los arranques cuando se quería pirar, que lo mimaban y le pusieron en orden cuando se encontró malo pero malo malo malo. Las chicas y los chicos que trabajan en la UCI, los que trabajan en la planta, los que se dedican a esa profesión que llamamos en plan genérico 'enfermeros', son dioses y diosas. Son personas que no tienen un mal día, que no tienen mañanas o noches, que están para cuidar, atender, dar solución, momentánea o definitiva, a lo que las personas enfermas y sobre todo, a lo que las personas que acompañan, que no solemos tener ni puta idea y que creemos saberlo todo, les solicitamos.
Me quiero acordar mucho de las auxiliares y enfermeras que durante el último mes, más o menos, estuvieron al tanto de que mi padre no sufriera, que estuviera tranquilo, que lo colocaron, lo changarrearon, lo cambiaron, estuvieron al tanto de que no lo pasara mal hasta el mismo final. Quiero recordar los dos o tres nombres que me vienen a la cabeza y no me acuerdo de las demás. Claudia, la chica joven que le daba palmadas de aprobación siempre de buen humor; la chica africana alta que lo levantaba para arriba y que cuando tenía a mi padre cogido, éste nos miraba como diciendo 'estás viendo'; Corina, que más seria, pero no menos eficiente, siempre estaba ahí; el Rubén que siempre tenía una palabra amable para mi madre; la chica bajita de los brazos tatuados; la Geordina o Jordina, de pelo rojo, siempre también dispuesta; el chico de la coleta y la perillaca. También pasó por allí la Pili Morillas, que no sé si nos reconoció o no nos reconoció.
Muchas gracias a todos ellos y a todas ellas por todo. Gracias también a los doctores y médicos que fueron sinceros con nosotros cuando había que serlo y no jugaron con nuestras esperanzas. A quienes nos hablaron con franqueza cuando era necesario.
A todos y todas quienes empezaron llamándole Francisco y acabaron llamándole Paquito o Moli.
Lo normal sería subir un día, que subiremos, y llevar el clásico regalo, caja de bombones, detallito, que muestra el agradecimiento formal a todo el personal que estuvo ahí y que lo intentó hasta el final.
Pero a mí me sale mejor hacer esto y dar las gracias y reconocer el increíble trabajo que hacen con todos nosotros. 

7 comentarios:

  1. Genial!! Genial que se reconozca nuestro trabajo! Como enfermera de can ruti, me siento feliz por este escrito, que mas que los bombones, se agradecen mucho.
    Gracias

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  2. Los profesionales también experimentamos el miedo y aguantamos las lágrimas ( aunque a veces se nos escapan).

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  3. Los profesionales también experimentamos el miedo y aguantamos las lágrimas....

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  4. Tienes toda la razón, mi hermano estuvo 2 meses y medio allí también y un 10 para todos los profesionales que estuvieron con el. Un trato humano y cariñoso, que es lo que se necesita en esos momentos tan duros.

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  5. Lo siento muchísimo, Don Tolya. Su ausencia estas semanas me había hecho olerme algo. Muchos abrazos desde aquí y qué bonito homenaje a esos profesionales.

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