Cuentan que en tiempos del gran Califa Harún al Rashid, se presentó en su palacio un viajero que decía venir de Oriente. Quería ver al gran Califa y contarle las noticias que habían sucedido en aquel confín del mundo y proponerle de paso una empresa que debía ser muy beneficiosa tanto para el propio Califa como para todas las almas creyentes.
El viajero no hablaba con acento extranjero y por la pinta, parecía más bien uno de los buscavidas que habitaban en los poblados de casuchas que se amontonaban fuera de la muralla. Sin embargo, consultado el propio Califa por el asunto, le dejaron entrar y exponer lo que había anticipado en la puerta.
- Soy Guzmán Álvarez de Tolosa y vengo, Gran Califa, a contarte lo que en el extremo del mundo oriental he hallado. Vengo de Catai y te propongo que en este preciso instante, pongas bajo mi mando una fuerza de diez mil hombres, diez mil soldados valientes que serán suficientes para conquistar ese imperio de sedas y especias. Si me concedes este privilegio, te juro que te daré esas tierras y su riqueza y sus gentes, que no son pocas, te tendrán como nuevo gobernante y Alá todopoderoso se complacerá al tener cada vez más fieles.
Aquel día pilló de buenas a Harún al Rashid y este le concedió su deseoo de ir a conquistar Catai con 5000 hombres. Diez mil le parecieron al Califa mucho desperdicio.
Al cabo de tres meses, el viajero regresó ataviado con ropas excéntricas y solo. Ni uno de los 5000 soldados habían regresado con él. Pidió audiencia con el gran Califa.
- Vengo, Gran Califa, para comunicarte que Catai ha sido conquistado y que de los cinco mil valientes, ninguno ha vuelto porque la guerra fue dura y los supervivientes allí se han quedado y ahora son los que en tu nombre gobiernan esa feliz tierra ahora bajo el manto de Alá.
- Enséñame pues, cuál es la riqueza que me traes.
Guzmán Álvarez de Tolosa se quedó en blanco. No supo que responder. Balbuceó algo de los cinco mil soldados. Habló vaguedades sobre su ropa. Dijo algunas palabras en lo que consideró que era el idioma de Catai...
Y como a Harún al Rashid tampoco es que le importaran mucho 5.000 soldados más o menos, dejó marchar al pretendido viajero.
Cuando este regresó a su casa, en la barriada, le preguntaron sus amigos que qué. Y él contestó:
- Lo más extraño es que ni aquí ni en Catai nadie se extraña de mi nombre.
- ¿Y porqué se habían de extrañar?
- Pues también.
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