Una película de Charlie Kaufman ya es sinónimo de aventura. Y lo podemos resumir todo con una frase que dice uno de los personajes y que estoy seguro de no trasladar perfectamente a este texto. Normalmente acostumbramos a pensar que nosotros viajamos en una línea del tiempo. El tiempo avanza y nosotros con él y las personas que nos acompañan. Pero puede ser que nosotros estemos fijos en el tiempo, en un tiempo, y que las personas y lo que nos rodea avance o vuelva en el tiempo. Podría ser. Pero no acostumbra a ser. Y por eso esta película de Charlie Kaufman como director y guionista, así como buena parte de su producción como director y guionista gira en torno a ese manejo del tiempo de una manera libre. Lo que está pasando en escena puede que no siga pasando dentro de un rato o que pase de otra manera y tú te sorprenderás y llegará un momento en el que no entiendas nada y otro momento decisivo en el que a) te de igual o b) no te de igual.
Esta nueva película se llama Estoy pensando en dejarlo y se nos presenta como la fotografía de una pareja recién constituida o no que va a visitar a los padres de él como pareja por primera vez y ella piensa en dejarlo porque no acaba de verlo claro. Y a partir de ahí todo lo que pasa pues pasa, o ha pasado, o va a pasar, o pasa y ha pasado a la vez y los personajes son los mismos pero cambian y ahora son y ahora son otra cosa y ahora llevan la tirita aquí y ahora la llevan en el otro lado. Los personajes. La pareja, otra pareja que aparece en pantalla en una televisión que protagoniza una pequeñísima historia y que finaliza tan bien que en los créditos aparece dirigida por Robert Zemeckis, en lo que parece un zasca privado o una broma de colegas que ahora mismo no sabría decir porque no les conozco a ambos.
La película me gustó. Me gustó que me tuviera en vilo una vez que ves que todo va a ir de sorpresas, de cambios, de imperceptibles cosas que no cuadran, que parezca a veces una película de terror, que sepas que no lo es porque no lo va a ser, que parezca una comedia porque te ríes o se te escapa una risa tonta y sabes que te estás riendo y no va a haber más risas, me gustó. Me gustó y me dormí. Que tampoco pasa nada por decirlo. Me gustó y me dormí porque la película tiene momentos de conversación espesa que en horario de siesta y con una edad como la mía no son compatibles, así que reconozco que algún coscorrón me dí, pero breve, ojo. Me los dí preferentemente en la parte del viaje hacia la casa de la madre y ya creo que nada más. Conversan los novios, la pareja, Jake y la chica.
La chica que no tiene nombre. La chica que se parece a Iciar Bollaín de joven y esa imagen de Iciar Bollaín de joven no me dejó durante toda la película y a mí me gustaba Iciar Bollaín de joven y por eso ya miro la película con simpatía y quizás todo ayude, aunque me diera algún coscorrón, a que el argumento lo vea y lo aprecie y que todo sea pues como uno espera.
Una historia que no sabe nadie porqué comenzó ni cómo y que no sabe si ha acabado o si está acabando en el momento en el que aparece el vigilante del instituto o qué narices pasa ahí. Qué narices pasa en todo momento. Qué pasa.
Pasa lo de siempre. Que al que le gusta contar historias ya no le basta con contarlas, que cuando te pones a crear, pues te pones. Y si hay quien te lo financia pues avanti tutti. Y uno piensa, pues claro que sí, hombre, no hay miedo.
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