viernes, 30 de octubre de 2020
Pena
Cuando le vimos en una foto que nos enviaron por whatssap, nos rompió el corazón. En mi puta vida jamás me hubiera visto yo con un perro, nunca, ni muerto, ni loco. No me gustan los perros, odio la responsabilidad de tener un perro, sacarlo a pasear, que la casa ya huela a perro, que el perro condicione todos nuestros pasos, tengo un trauma con los perros desde pequeñito. Sé que ya de adulto he sido mucho más condescendiente con los perros e incluso he llegado a establecer una relación de simpatía hacia alguno de ellos. Todo eso se rompió el día que aquel amigo nos envió en uno de los grupos las fotos de Bobo. Bobo se llamaba. Bobo acaba de nacer y necesita un hogar. Me cago en todo. Llamamos al colega, que si podíamos verlo. Yo no discutí. Algo dentro de mí me decía que ese era el perro, el compañero animal que necesitaba, esa cara no podía quedar desatendida. Era un punto de inflexión en mi vida, ahora o nunca. Y esa cara, no podía soportarlo. No podía resistirme. Fuimos a verlo. Ya íbamos con todo dispuesto para llevárnoslo. Bobo se vino con nosotros. Le hicimos todo tipo de fiestas pero no perdía esa cara de pena. Pensamos que había sufrido algo, un trauma, no podía ser que fuera maltratado porque acababa de nacer, algo parecía que le pesaba a ese perro, se sentía solo, quizás la certeza de que su destino era separarse de su madre le hacía tener esa cara. Se montó en el coche. Llegó a casa. No caminaba. Le llevamos a un rincón donde habíamos dispuesto 'su espacio'. Se quedaba allí mirándonos con esa cara de pena. Cara de pena cuando estaba comiendo. Cara de pena cuando salíamos a hacer pipi. Cara de pena si le hacías correr. Cara de pena todo el rato. Cara de pena siempre. Todos los días. No ha habido un solo día de nuestra vida en común en que haya sido feliz. Nosotros tampoco. Desde que Bobo entró en nuestra casa hemos vivido en la desgana, el llanto, la aburrición, la tristeza. Pero el amor. Fuera como fuera, cada vez que mirábamos a Bobo, su cara, su carita linda, qué pena. No podíamos separarnos de él. Perdimos amigos, perdimos aficiones, perdimos todo lo que no fuera estar junto a Bobo. Bobo y su pena. Qué pena de Bobo. Seguimos aquí. No hemos querido tener hijos, solo queremos a Bobo, que nos mira todos los días desde su rincón, con esa cara de pena. Un día llamaron a la puerta. Era una vecina que también tenía una perra. Que era de la misma razaa y que se había enterado y que si la podíamos cruzar. Miramos a Bobo. Bobo y su pena. Qué pena de Bobo.
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