Hay momentos qué. Hay un momento en la película El sacrificio de un ciervo sagrado de Yorgos Lanthimos en el que la hija el matrimonio compuesto por Collin Farrell y Nicole Kidman baja arrastrándose por unas escaleras en las que te paras a pensar un momento en cómo has llegado hasta ahí. Cómo esa película ha llegado hasta ahí. Cómo una historia puede acabar llegando al extremo de niños arrastrándose por el suelo con las piernas inmovilizadas. De qué manera se ha complicado todo para que tengas que asumir que eso está pasando. Y eso no es lo más raro o lo más escabroso que pasa en la película. La película tiene muchos momentos para pararse y reflexionar un momento. Qué cabezas. Qué ocurre en esas cabezas, en nuestras cabezas. Y en la cabeza de Yorgos Lanthimos.
Es una película de Yorgos Lanthimos, el director de La Langosta, o Canino, o La Favorita. La Favorita podría pasar por ser una película normal. Las otras no. Esta película, no. Nada es normal. Nada parece normal. Las conversaciones. Podríamos probar a hablarnos así como se hablan ellos, los y las protagonistas de la película. Terminaríamos locos. A lo mejor es que ya estamos locos.
Una familia, la típica familia bien. Pero como siempre no todo es bien. Hay algo, algo oscuro. Hay un chaval, un espléndido Barry Keoghan. Algo ocurre. Algo no parece que tenga que ir bien pero no sabemos qué. Hasta que nos vamos despeñando por un barranco de sinsentidos, de cosas que pasan y que no damos crédito.
Es una peli de no dar crédito. Y de parar un momento y pensar. Ojo, que esto podría pasar.
Qué narices. No podría pasar. Cómo va a pasar.
¿No?
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