Nuevos casos de la agencia de detectives Monder & Lironder. Nuevos casos que registran la actividad de esta ilustre casa de investigadores capaces de intentarlo, al menos. Casos como el del señor Hurrur, nacido en un bonito pueblo de la Bretaña y encontrado muerto en su casa un soleado día de otoño del año 1953. En su cráneo, una bala de revolver. A su lado, una carta manuscrita por él mismo en la que asegura que se está suicidando por un tema de desengaño amoroso. Jean Philippe Monder, uno de los integrantes del despacho, fue requerido por la policía, porque no acababan de confiar en las pruebas. La carta, no se encuentra el revolver, el señor Hurrur jamás había tenido contacto con seres humanos de sexo cualesquiera ya que vivía en un estado semi monacal, no se le conocía pareja y era prácticamente inviable que hubiera tenido un desengaño tal a los 75 años. El señor Hurrur yacía en el suelo envuelto en una bata que le tapaba su vestimenta habitual, consistente en pantalón oscuro, zapatos, camisa blanca y corbata, recuerdo de cuando trabajaba como inspector de la Administración agropecuaria e iba por esos campos de Dios comprobando que los honrados campesinos lo eran de verdad. El señor Hurrur solo tenía un contacto conocido, Gaston Troissière. Troissière era un vecino del edificio donde vivía el señor Hurrur. Jean Philippe Monder quiso interrogarle y se hizo acompañar por Auguste Lironder. Monder y Lironder en acción. Monder comenzó su interrogatorio con un Buenos días, que no fue más que una maniobra de distracción. Troissière iba vestido como un propio agente de investigación. Cuando Troissière recibió el buenos días, no dijo nada. Monder también se calló. Lironder bebió un sorbo de café. Le ofrecieron café a Troissière. Troissière no hizo un gesto. Lironder tampoco. Monder observaba. Troissière parecía tranquilo. Monder también. Lironder lo mismo. Todos tranquilos. Monder quiso hacer una pregunta. ¿Conocía usted al señor Hurrur? Troissière miró a Monder y luego a Lironder. Monder no dijo nada, Lironder tampoco. Dejaron transcurrir algo de tiempo. Lironder se apuró el café. Monder llamó a los agentes de policía y les pidió que detuvieran a Troissière. Troissière sonrió. Troissière fue esposado. Llevado al edificio de nuevo para que reconociera el cadáver del señor Hurrur. Troissière no movió un músculo. Entraron en casa de Troissière. Toda la casa estaba llena de recortes de películas de detectives, policías, asesinatos. Troissière estaba obsesionado con ese mundo. Seguro que lo había matado él. Se había vuelto loco. Monder y Lironder trazaron todo el hilo argumental del caso. Troissière fue internado en la cárcel de Grandciclon a la espera de juicio.
En una cajonera de la habitación en la que dormía el señor Hurrur se escondía una caja llena de cartas que el señor Hurrur había escrito durante años. Cartas que se escribía a sí mismo expresándose al principio de manera tímida. Se había enamorado de alguien. Ese alguien era él mismo. Y no se atrevía a decírselo. Poco a poco fue ganando en confianza y declarándose abiertamente. El señor Hurrur vivió una tórrida relación amorosa consigo mismo durante años. Pero, ay, una mañana, el señor Hurrur se tropezó en la escalera con el señor Troissière. En las cartas Hurrur expresaba primero su curiosidad hacia Troissière. Luego el señor Hurrur, después de otros encuentros casuales, se confesó a sí mismo que sentía algo por Troissière. El señor Hurrur en otras misivas se encontraba destrozado por que no sabía como dejar la relación si ya no estaba enamorado. Amenazaba con quitarse la vida. Se la quitó. ¿El revólver? Una pistolita de imitación que el propio Hurrur pensaba que era un simple pongo, recuerdo de una visita al pueblo, resultó ser un arma de verdad. Tan infame era la pistolita que nadie creyó que aquello pudiera ser un arma mortal.
Por su parte, Troissière era feliz cumpliendo condena. Estaba siendo el protagonista de una película en vida. Y sin mover un músculo, como sus héroes.
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