El próximo domingo Alemania decide quién será su próximo presidente. Como son una República, eligen al presidente del Gobierno, digamos, al presidente de la República lo elige el Parlamento. Sigamos. Este domingo termina su carrera política, al menos en primera línea, Angela Merkel. Y resulta ciertamente devastador tener que leer o tener que ver cómo la despedida de la política que ha gobernado en Alemania durante 16 años, con políticas que no son precisamente ni mínimamente socialdemócratas, se contempla como un auténtico drama. Y debe ser un drama para quienes piensen como ella, pero no para los demás. Algo bueno tiene, claro que sí, y es algo que tiene que ver nada menos que con algo que debería ser tan de cajón que es bochornoso que se tenga que alabar. No ha pactado nunca, ni ha consentido que se pacte, con la extrema derecha. Y esto es algo que no parece tan sencillo de emular. Y no hay más que contemplar la política nacional, y diga usted nacional de donde quiera, para comprobarlo.
El hecho de que se vaya Merkel y que sea despedida como una política ejemplar, modélica, un referente al que aspiran a convertirse todos los políticos de bien, ese ejemplo de moderación, de no tener aparentemente ideología, de una pretendida fiabilidad alemana que luego casi siempre resulta más de cascarón que otra cosa, todo lo que rodea al 'drama' del final de una época ya supone un drama en sí. Porque a qué aspiramos entonces. Unas elecciones en las que por el mero hecho de que el partido de la derecha no presente a Merkel abre las posibilidades a un partido socialdemócrata que estaba prácticamente olvidado. Unas elecciones que deberían suponer el gran salto adelante, el asalto al poder real de los verdes y que, mucho me temo, se quedarán frustradas precisamente por el avance socialdemócrata. Unos socialdemócratas que han vivido a la sombra de Merkel durante años y años y que, me temo, sean los que mejor recogen el testimonio de esa política sin política, de gestión, que parece que los propios partidos de la derecha alemana se empeñan en perder.
Hablamos de la retirada de Angela Merkel como un drama para Europa, y es un drama en sí mismo pensar así. Una Europa que parece más una especie de coraza de Alemania que una federación de países y que, sin ese poder estabilizador que le suponemos a la política alemana, ahora parece quedar al albur de lo que parece una jauría de países que no tienen nada en común y que no tienen ganas de tener nada en común. Aquí, tal y como dice Guillem Martínez y seguro que más analistas, nos estamos jugando que el centro del mundo pase a ser el pacífico, mientras que Europa se queda pequeña.
Un drama que suponemos será suplido de alguna manera por los políticos del sistema de turno. Y que nos llevarán de nuevo a un posibilismo, al hacer lo que se tiene que hacer.
¿Y no digo nada de Die Linke? Los sondeos parece que los sitúan ahí, más o menos donde siempre, quedándose en el furgón de cola. Los verdes que parecían favoritos no creo que lleguen al final. Pero Die Linke se va a ver de nuevo engullida por un sistema y por una manera de hacer que no sé si es por defecto de fábrica o porque las cosas tienen que ser así, nos condena a ser nada. Resistir, quedar los últimos, ser una fuerza minoritaria no es vencer. No influyes en la vida de la gente.
Al menos parece que la extrema derecha se pegará un hostión. Al menos.
Merkel pues, para siempre. Porque parece que aunque no gobierne, la aspiración es ser Merkel todos. Pues vaya drama.
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