viernes, 5 de noviembre de 2021
Un cuento
Había una vez un oso que vivía en un bosque. En el bosque encontraba todo lo que quería, tenía un río donde poder pescar, árboles de los que recoger frutos y la cabaña de un personaje estrafalario que había decidido vivir apartado del mundo por la que merodear y entretenerse. Ese oso murió. El personaje estrafalario se lo encontró muerto en un recodo del camino que le llevaba hacia la cima de un pequeño monte al que le gustaba subir para reencontrarse con el mundo. Aquel estrafalario creía que se comunicaba con los pájaros que trinaban o cantaban una vez que él llegaba a la cima de aquel monte. El estrafalario personaje murió. Se lo encontraron muerto en un recodo del camino unos pájaros. Los pájaros comunicaron su muerte a otros pájaros. En este momento se corta la transmisión de sucesos de unos personajes a otros dentro de este cuento para pasar a una parte de la narración que os interesará menos y que tiene que ver con nuestra relación con la naturaleza y el conocimiento meramente superficial que tenemos sobre lo que hacen y dicen los animales. Os lo podéis saltar. Ya habéis llegado al final del cuento. Un día, la señorita Hürtwengler ciruclando por el recodo del camino que la llevaba a visitar las granjas de cerdos que regularmente tenía que inspeccionar, se fijó en un montículo. Aquel montículo llevaba tiempo allí pero aquel día, sin saber porqué, quizás porque tropezó con algo, se fijó más detenidamente. Dio una patada el montículo con la intención de escarbar dentro y como poseída por una locura transitoria siguió escarbando con pies y manos. Y encontró muchos huesos.
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