No. En mi vida había escuchado a Pentagram y no, posiblemente nunca escucharé a Pentagram. Aunque la música que suena durante todo el documental no está mal y en ocasiones me quiere recordar a unos Black Sabbath, de alguna manera. No, no se me pasa por la cabeza. ¿Por qué he visto este documental de 2011 si no he escuchado ni escuchará a esta banda de metal? Porque en la sinopsis contaban que se hacía un retrato de la vida del cantante de esta banda de los 70, Bobby Liebling, que vivía en el subsótano de la casa de sus padres, sin moverse del sofá y poniéndose tibio de crack y demás sustancias. En su momento pudieron dar el salto, ser importantes, pero todo salió mal. El documental narra el esfuerzo de un fan, Sean Pelletier, por recuperar a este cantante para la causa de la música, jugándose su dinero, nervios y autoestima. El documental no se ahorra nada. De hecho, lo único malo del documental es que no llega a nuestros días y no cuenta quién es hoy Bobby Liebling y cómo sigue su vida. Porque el final es demoledor.
El documental nos cuenta cómo Liebling vive hecho una auténtica mierda en casa de sus padres. Cómo sus padres lo cuidan como pueden, mientras él delira, vive en un constante estado de paranoia, se arranca la piel a tiras, un auténtico desastre. Pero de alguna inexplicable manera, tiene fans. Fans que le consideran un genio y que harán lo que sea por ayudarle y verle de nuevo sobre los escenarios. Y de eso va la cosa. Los fans. Una fan, una chica que conecta con Liebling por internet y que conecta con él, le sirve a Liebling de pequeño motor para salir del estado de cochambre en el que vive. Se obsesiona, mal. Cuando la chica se echa para atrás. Liebling vuelve para atrás. Así hasta que finalmente, redención (no), salida a los escenarios, la chica vuelve, tiene un hijo (¡1) y el plano final de la chica sentada junto al cantante anunciando que van a tener un niño es tan atroz como todo el documental.
Es un esfuerzo de contar la clásica historia de retorno, de personaje olvido al que se quiere recuperar, pero con trasfondo chungo. Todo es chungo en Liebling. Leo que todavía hace giras, incluso llegó a tocar en un festival en España, creo que el BBK. Nadie hubiera dado un duro por eso viendo los primeros minutos de este documental donde lo único que deseas es que no se te quiten las ganas de comer. Los planos de los brazos. Esos ojos.
Los fans. Ese Pellet diciendo que ha querido reír y llorar cuando lo vuelve a ver sobre un escenario. Los heavys. El otro día escuchando un programa en radio 3 sobre metal lo comentábamos. En qué momento decides que vas a ser heavy, en qué momento bifurcas.
Un documental desgarrador, con final pretendidamente feliz, que te deja una cosa en el estómago mala de verdad. Y tiene 10 años ya el docu, solo hay que consultar la web cómo sigue Liebling por la vida para ver que ese regustazo agrio, tiene sentido.
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