martes, 22 de octubre de 2024
Vince McMahon: El titán de la WWE - Chris Smith
Hay una canción de David Bowie, ya de los 90, que se titula I'm afraid of Americans. Viendo este documental sobre la vida del impulsor del espectáculo del Wrestling, Vince McMahon, uno se preocupa no de los americanos, sino de todos los que dependemos de lo que los americanos deciden. Y a falta de quince días para las elecciones en los Estados Unidos, la verdad es que es para echarse a temblar. O quizás somos demasiado exquisitos los europeos y no somos capaces de entender que sí, que debajo de esa masa que se toma en serio un espectáculo como el Wrestling hay también gente que puede compatibilizar eso con tener ideas... vete a saber. Pero la primera impresión es nefasta. Esta serie documental narra un despropósito tras otro, una visión del espectáculo televisivo, del capitalismo, de los negocios, del desprecio por la vida humana, por los valores de respeto más fundamentales, por cualquier cosa, de una manera descarnada y sin tapujos. Sin tapujos significa también que hay mucha gente que aparece en el documental que no denuncia, sino que apoya estos métodos. Métodos de coerción, de abuso, de violencia, de carencia absoluta de escrúpulos, de mentira, de manipulación, todo por el espectáculo. Todo por un espectáculo que se hizo crecer de manera gigantesca a base de no tener límites, a base de cumplir todo lo que el tal Vince McMahon iba ideando y planeando y consumando a lo largo de los años, desde finales de los setenta, con la intención de hacer dinero. Son muchos, muchísimos, los momentos en los que esta serie parece que no puede llegar más lejos. Quizás no se puede llegar más lejos de lo que se dice en el propio principio: el documental deja de rodarse cuando Vince McMahon está siendo asediado por múltiples denuncias de violencia sexual, abuso, etc. Algo que parece que se va sorteando a lo largo de todo el documental y que finalmente termina con el personaje, o no. Así explicado, el documental, la serie, puede parecer un espanto, pero es fascinante. Es fascinante porque nos cuenta como el mundo del espectáculo es tan primario y tan brutal que siempre pides más. Y si luchan unos hombres y mujeres más o menos musculados al principio, hay que darle una vuelta de tuerca, y se idean tramas, y el propio presentador del programa se convierte en personaje, y no contento con ello mezcla a su familia, y no contento con ello... tienen que verlo. Tienen que verlo para comprobar porqué muchas de las cosas que pasan allí, en la otra orilla, pasan y nos sorprenden. Y no las entendemos. Y cómo también muchas de esas cosas podrían pasar aquí. Así, nos encontramos con que nada menos que Trump mismo es un personaje de ese mundo, un personaje, no una persona, y que se prestó también a participar en esa grandísima farsa, que al mismo tiempo es real, porque es real que la gente acaba fatal, que muchos acaban palmando, o hechos cisco, o bien terminan reconciliados con el monstruo que les hizo ser unos monstruos, con quien les aseguró una fama que no podrían ni imaginar, con quien les convirtió en ídolos por su obra y gracia, simplemente porque un día decidió que podrían ser buenos para el negocio. Una cabeza tremenda, espantosa. Una cabeza que debería estar en el talego, que debería pagar, pero que en realidad es pagando como se va escapando y como va fomentando lo que quiere. Espectáculo en el que él es el protagonista. Bien jugado el cartel original presentándolo como un muñidor de marionetas. Lo que no sabemos es que nosotros también lo somos.
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