miércoles, 23 de octubre de 2024

Pequeños cuentos centroeuropeos


Pobre Studamayr. No supo nunca porqué le dimos de lado. Él creyó siempre que era por lo del acordeón. En su casa tenían la costumbre de tocar el acordeón. Su tatarabuelo, por lo menos, ya tocaba el acordeón en alguna de las bandas del ejército o de la policía y la saga familiar continuó hasta llegar a él. A Studamayr le gustaba decir que el acordeón que tocaba había visto la batalla de Sadowa. Siempre le decíamos que un instrumento tan triste había sido el culpable de que perdiéramos aquella batalla. Studamayr, al que conocimos en el instituto y que frecuentaba con nosotros las mismas tabernas, era buen tío. Pero tenía la fea costumbre de llevar el acordeón a cuestas y a cada momento, cuando ya llevábamos algunas cervezas, sacarlo para cantar alguna canción. Siempre tristes. Nosotros sabíamos que existían canciones más alegres o alegres simplemente, que se podían tocar con el acordeón. Pero Studamayr parecía que no. Él no era especialmente triste, pero cuando se colgaba el acordeón se transformaba. Un día le pregunté que porqué. Qué le pasaba, si es que le recordaba a su familia, si es que estaba melancólico por algo, si le podíamos ayudar. Me dijo que no le pasaba nada. Un día vimos que hablaba con Marika. Marika era una chica que nos volvía locos. Era inteligente, siempre andaba sola, se juntaba con nuestro grupo y desaparecía para estar con otros, bailaba, gritaba, yo estaba enamorado absolutamente. Marika comenzó a hablar con Studamayr y Studamayr seguía tocando en el acordeón esas canciones tristes. Conectaron, no sé porqué. Está mal, lo sé. Le dije a la gente que... yo que sé. Ahora no tiene importancia. Sé que se llegaron a casar y que él, en fin. Creo que ya sabemos todos lo que pasó. Pobre Studamayr. 

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