Y era joven Baal y curioseaba en torno a su obra. Iba y venía, se transformaba, adoptaba las formas más extrañas para que los hombres no sospechasen de él. Tenía ganas de saber qué pensaban de su creación. Pero descubrió que, así como había lugares en los que se le veneraba y se le hacían unas reverencias que, aunque a él no le importasen lo más mínimo le hacían ilusión, había otros lugares que no tenían porqué ser lejanos, ni remotos, ni habitados por personas más ignorantes que las anteriores que no le conocían. Incluso había sitios en los que se le profesaba un odio total. Y cómo le resultó a Baal curioso el que la gente le insultase, ofendiese los altares dedicados a su nombre. Y cómo transmutado en la figura de un barbudo alocado, guiaba a la masa para que rompiese esculturas que le representaban con forma de carnero, de ave rapaz, de demonio. Y cómo se reía y disfrutaba adoctrinando a tantos grupos de gente en la creencia de que Baal no existía. Y cómo el joven Baal creó el germen del descreimiento. Y era joven Baal y le hizo gracia hacer creer a la gente que el mismo Baal no había hecho nada, que no existía, que todo era obra de otro, más justo, menos justo, más terrible, mucho más benévolo. Y era joven Baal y quiso saber porqué había personas, hombres y mujeres, que antes de que él se sumase a ellos, ya habían creado un sentimiento de odio hacia Baal. Y quiso preguntar a un hombre el motivo y este le contestó que:
- El mismo Baal nos enseñó a creer que el mundo era detestable por su culpa. Baal mismo, con la figura de un niño, nos dijo que todo había sido un error, que había creado el mundo mal a drede, que jamás pensó que la cosa iba a llegar tan lejos, y que teníamos derecho a odiarle. Y le creímos.
Y aunque era joven Baal, Baal no era estúpido, porque era Baal. Y supo que alguien había tenido una idea que pertenecía al propio Baal antes de que Baal hubiese tenido la ocurrencia. Y lo dio por bueno, porque le divertía negarse y hacer creer que Baal era malo.
- ¡Oh, Baal, qué inteligencia y magnificencia! ¡Oh gran Baal, que ocurrencia tan sublime! ¡Echarte a un lado, desacreditarte y dejar que el marrón se lo comiesen otros con más afán de protagonismo!
- Calla mortal, no hables tan alto. Deja, deja que me olviden, que crean que no estoy, ya vendré, ya lo arreglaré, ya ajustaré cuentas. Ya... luego... tira...