Como un perro
amarrado en la puerta de un supermercado. No me gusta el Último de la Fila, de
jovencito me daba un ascazo que me moría. Música para gente a la que no le
gusta la música, decía. La música. Ahora, que soy mayor, me he vuelto mucho más
tolerante y el otro día, viendo el Cachitos en Nochevieja, salía un grupo
cantando una versión del Último y no estaba mal. Modernos cantando cosas de
Manolo García. Una foto de un perro esperando a que el dueño o la dueña salga
de comprar en el Casa Ametller y todo un mundo de posibilidades abiertas para
ofrecerle al público lector un relato. Una nueva oportunidad para engrosar la
lista de textos, el contador a tres. El perro mira hacia el interior del
supermercado y me figuro que debe buscar a su amo o ama. Mira y espera. Si
tarda mucho, hay ocasiones en las que los perros ladran, llaman la atención de
su amigo. Ven, que te estoy esperando. Oye, no te olvides de mí. Qué haces, no
habrás encontrado otro amigo. Esto último ya implica que el perro piensa y
elucubra y ahí me paso. Ratones que hablan, perros que van en coche, peces que
buscan a otros peces que son sus hijos y se enamoran de otros peces, cerditos
valientes. El perro espera a que salga la persona que lo amarró. El lenguaje
correcto, la forma de llamar al dueño o la dueña de una manera que no implique
posesión. Ese perro desvalido… no es un perro desvalido. Es un perro que parece
bien. Casa Ametller es bien. Un par de hamburguesas en Casa Ametller cuestan lo
que seis en el Carrefour o el Mercadona. Es un perro bien. Vas con el perro a
comprar, dejas el perro en la puerta, haces las compras, el perro te mira,
espera. Compras cebolletas, puerros, champis, nata fresca, te olvidas de
comprar ajo pero de camino a casa recuerdas que tienes ajo. Una vez haciendo la
salsa, te acuerdas del vino blanco y abres la nevera por casualidad, a ver si y
no hay. Y te conformas y haces la salsa y todo el mundo te dice que está muy
buena y estás esperando a que salga tu dueño con algo, preferiblemente algo de
carne, porque la salsa esa de puerros puede estar bien para un gourmet, pero a
un perro seguramente le debe dar bastante igual. No me gustan los perros. De
jovencito, los perros me daban un ascazo que me moría. En realidad me daban
miedo. Campo de Can Peixauet, jugando a la pelota con mi padre, un perro se
apunta a la fiesta, me tira, ‘quiere jugar’, etc. Terror. Para toda la vida. Ya
no, el otro día, vi una foto del perro de mi hermano, Fred, y contaba a mi
dueño que me gustaba jugar con Fred a correr de un lado para otro. Yo jugando
con un perro. Fred me hizo tenerle algo más de confianza a los perros. Mi
hermano tiene gato. Shiva, se llama así porque pensábamos que era gata y era
gato, vino el otro día, se me acercó, rozó la pantorrilla y se tiró al suelo
esperando a que le acariciara el lomo, pero no podía porque estaba haciendo una
salsa de puerros. Como venganza, soltó todos los pelos del mundo y por poco me
muero en Nochevieja. Esperando a que mi dueño saliera de Casa Ametller.
La gente que tiene miedo a los perros hace cosas muy raras. Esta mañana cuando he sacado a Nico una señora de mediana edad se ha quedado petrificada al ver que venía y se ha arrimado a la pared todo lo que ha podido hasta que yo pasara. El problema es que si la perra ve que alguien se queda quieto mirándola cree que quiere jugar con ella o darle algo de comer y se acerca más, jajaja.
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