No es por presumir, pero tengo una familia que es una maravilla. No es por decir, como mucha gente, que dice que tiene una familia muy buena y luego cada uno tiene sus cosas. No. Nosotros somos una familia que somos todos, bueno, eso, familia. Hay grupos de amigos, por ejemplo, que se consideran familia. 'No somos amigos, somos familia', dicen. Y otros que consideran que los amigos a veces son mejores que la familia. Mi familia, en cambio, supera todo eso. Es el grupo de personas con el que siempre quiero estar. En mi familia no hay buenos ni malos, no hay extraños, no hay más o menos. En mi familia somos todos iguales. Porque mi familia tiene una historia. Y es una historia que nos ha hecho lo que somos. Una familia.
Mi padre Paavo comenzó una tradición que nos ha traído hasta nuestros días... mi padre Paavo creció y nació o nació y creció por ponerlo en orden todo, en un remoto rincón de Laponia. Eso es lo que nos cuenta. Mi padre Paavo, pese a que no habla ni una palabra de Ugro Finés, nos contaba las frías mañanas en la cabaña en la que su padre que se llamaba también Paavo, le preparaba un cuenco de leche de reno para desayunar. Mi padre Paavo nos contaba cómo se protegían del invierno con pieles de animales. Mi padre Paavo nos contaba cómo su madre, que se llamaba Jara, salía todas las mañanas a buscar leña para encender una hoguera inmensa en la puerta de la cabaña para dar calor. Mi madre y mi padre haciendo todo lo que se espera que haga una familia en Laponia cuando hace frío que es siempre. Mi padre y mi madre en Laponia, cuidando de un rebaño. No nos decían de qué el rebaño. Mi padre y mi madre cuidando de sus abuelos cuando se hicieron mayores. Mi padre y mi madre cortando leña, cazando animales, destilando licores para calentar el cuerpo, emborrachándose, asando ardillas, desmochando renos, tirándose al fuego locos de la desesperación porque el alcohol era tan fuerte que no sabían lo que hacían, jugando con hachas, corriendo hacia los acantilados, bañándose desnudos en el lago, desnudando a los abuelos y atándolos a los árboles mientras el frío les congelaba y mis abuelos bebían del mismo frasco de alcohol infernal y recitaban versículos de la Biblia en sueco porque en sueco decían que todo sonaba mejor y no con esos graznidos de no personas que era el Ugro Finés. Mi padre Paavo y mi madre Jara locos perdidos corriendo por el bosque persiguiéndose con hachas y atravesando ora la frontera rusa y ahora la frontera sueca y un día vieron a unos seres con unos trajes amarillo fluorescente. Ya se habían muerto mis abuelos. Y esas personas de vestidos de color amarillo les neutralizaron y les llevaron a una camioneta. Y cuando despertaron estaban los dos, mi padre Paavo y mi madre Jara en un apartamento, en Torredembarra. Y ya tenían dos hijos. Y esos dos hijos tenían nietos. Y no recordaban nada. Y mi padre Paavo miraba siempre las hachas que tenían los muñequitos indios que teníamos para jugar. Y mi madre Jara siempre tenía cuerdas en la mano. Parecían idos. Y hoy nos puedes ver correr a todos. A toda la familia. A ellos, a mi hermano Jaari y yo y a nuestros hijos y a nuestros nietos, corriendo por las calles de Torredembarra con las hachas en la mano y sintiéndonos parte de algo. Y mi padre no habla ni una palabra de Ugro Finés y todo lo dice con acento de Tarragona. Y mi madre murió hace unos meses pero la sentamos todavía en una silla con ruedas y corre con nosotros. Y no queremos cambiar nunca. Ni dejar de beber jamás. Nunca. La familia.
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