Cómo hemos llegado a esto. Cómo hemos llegado a hacer de un concurso en el que se elige la canción que representa a RTVE en Eurovisión un asunto de estado. Un asunto que nos vuelve a meter en el embrollo de presentarnos como progres, como izquierda verdadera, como posmos, como feministas, como elitistas, como modernos, como talibanes de lo popular, como unos auténticos quitavidas. Porque somos unos quitavidas. Yo el primero. Yo me definiré primero. Yo quería que ganara Rigoberta Bandini. Porque soy un pijo progre de Barcelona en primer lugar. Y luego por consideraciones como que me ha llamado la atención la animadversión de la izquierda 'de clase', la izquierda 'auténtica' que no cae en la trampa de la diversidad y me he situado en frente. Y luego porque como canción mismamente, me parecía lo más potable y porque Rigoberta Bandini me hizo gracia como propuesta en el escenario hace un tiempo aunque la canción de Perra no me guste nada y lo que me gusta de verdad es lo de in spain we say its amargura, que me está sirviendo tanto. in spain we say joder qué largo. No conocía ninguna propuesta más. La canción de Rayden no la entendí. Y la propuesta de Tanxugueiras no conecta con mis gustos, me pareció una canción que quería aprovechar ese rollo tribal que ponen a veces las canciones de los países del Este en Eurovisión, bien visto, pero al cabo de un rato me aburría el estribillo tanto rato. En qué momento esto pasó a ser una guerra por ver quién era más de izquierdas por decir esto. Y en qué momento no se vio venir que, por diversos motivos, lo más fácil era que ninguna de estas dos propuestas ganara y que fuese algo como Chanel lo que se llevara el gato al agua. En qué momento los partidos políticos que habían (habíamos) apoyado descarnadamente a una o a la otra opción consideraron y consideramos que una vez finalizado el concurso con sus movidas y sus historias había que seguir dando la matraca. En qué momento pensamos que si no ganaba Rigoberta Bandini o Tanxugueiras, era una derrota nuestra. En qué momento consideramos que la victoria de la cantante Chanel era un retroceso. Es cierto que la música y la canción y la letra no casan con lo que los guardianes de las esencias de lo que debe ser cada canción y del 'mensaje' que tiene que tener sí o sí la música, pues como que no. Pero ¿y? ¿Acaso no vemos y escuchamos música cada día superficial, banal, sentimental, romántica, petarda, sin más? ¿Acaso a Chanel no la votó también una porción considerable de gente? ¿Acaso la gente mandó a Chanel al pozo sin fondo de la ignominia y la relegó al último lugar y fue el jurado quien a dedo dijo...? ¿Qué hago yo ahora hablando de esto si hasta esa misma noche no sabía de qué iba la música de Chanel?
Este texto tenía la pretensión de ser un análisis de eso que llamamos la hegemonía cultural. Pensábamos que, enviando a Eurovisión una canción con mensaje feminista y reivindicador de la figura de la madre, habríamos ganado una guerra. Pensábamos que enviando a una grupo que cante en una lengua no castellana, con mensaje también superador de fronteras, se iniciaba la descentralización del Estado. Pensábamos y nos lo creemos. Cultural Wars.
Creo que estamos ganando, sea como sea. Creo que el hecho de que el festival haya sido monopolizado por este debate significa que en la calle, ejem, en las redes, el debate está ahí, es intenso, pero no tendríamos que fliparnos tampoco demasiado. Está bien que se cree el caldo de cultivo, que se dirija el debate. Pero sin fliparnos tampoco. Esta batalla es muy larga y no se da solo en las redes, en un festival, por una canción que diga monetary. Esto es más profundo y lo de la semana pasada ha sido un paso, como llevan habiendo pasos desde hace tanto tiempo.
Ahora a no enviar al psicólogo o jodiéndole la vida a nadie haciéndonos los listos y burlándonos del cucu y del traje ceñido, o llevándolo a un análisis sobre hegemonías y oscuras maniobras orquestales, que anda.